Agatha Christie

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por Malee, 7/3/12.

  1. Re: AGATHA CHRISTIE'S CLUB

    MARISA:TE MANDE UN MAIL EN ESTOS MOMENTOS .ES PARA AGRADECER CIEN VECES A DIOS.REPARTELO ENTRE LOS FOROS,ES COMO LE CURARN EL CÁNCER A LULA,CON DIRECCIÓN DEL LUGAR Y TODO.NO SABÉS QUIENES ESTÁN ENFERMOS Y QUIENES NO.Y A LO MEJR SALVÁS UNA VIDA O MÁS.BESOS ENRI
     
  2. sandybell

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    Re: AGATHA CHRISTIE'S CLUB

    La ahogada

    Agatha Christie

    Don Henry Clithering, excomisionado de Scotland Yard, estaba hospedado en casa de sus amigos, los Bantry, cerca del pueblecito de St. Mary Mead. El sábado por la mañana, cuando bajaba a desayunar a la agradable hora de las diez y cuarto, casi tropezó con su anfitriona, la señora Bantry, en la puerta del comedor. Salía de la habitación evidentemente presa de una gran excitación y contrariedad.
    El coronel Bantry estaba sentado a la mesa con el rostro más enrojecido que de costumbre.
    -Buenos días, Clithering -dijo-. Hermoso día, siéntese.
    Don Henry obedeció y, al ocupar su sitio ante un plato de riñones con tocineta, su anfitrión continuó:
    -Dolly está algo preocupada esta mañana.
    -Sí... eso me ha parecido -dijo don Henry.
    Y se preguntó a qué sería debido. Su anfitriona era una mujer de carácter apacible, poco dada a los cambios de humor y a la excitación. Que don Henry supiera, lo único que le preocupaba de verdad era su jardín.
    -Sí -continuó el coronel Bantry-. La han trastornado las noticias que nos han llegado esta mañana. Una chica del pueblo, la hija de Emmott, el dueño del Blue Boar.
    -Oh, sí, claro.
    -Sí -dijo el coronel pensativo-. Una chica bonita que se metió en un lío. La historia de siempre. He estado discutiendo con Dolly sobre el asunto. Soy un tonto. Las mujeres carecen de sentido común. Dolly se ha puesto a defender a esa chica. Ya sabe cómo son las mujeres, dicen que los hombres somos unos brutos, etc., etc. Pero no es tan sencillo como esto, por lo menos hoy en día. Las chicas saben lo que hacen y el individuo que seduce a una joven no tiene que ser necesariamente un villano. El cincuenta por ciento de las veces no lo es. A mí me cae bastante bien el joven Sanford, un joven simplón, más bien que un donjuán.
    -¿Es ese tal Sanford el que ha comprometido a la chica?
    -Eso parece. Claro que yo no sé nada concreto -replicó el coronel-. Sólo son habladurías y chismorreos. ¡Ya sabe usted cómo es este pueblo! Como le digo, yo no sé nada. Y no soy como Dolly, que saca sus conclusiones y empieza a lanzar acusaciones a diestra y siniestra. Maldita sea, hay que tener cuidado con lo que se dice. Ya sabe, la encuesta judicial y lo demás...
    -¿Encuesta?
    El coronel Bantry lo miró.
    -Sí. ¿No se lo he dicho? La chica se ha ahogado. Por eso se ha armado todo ese alboroto.
    -Qué asunto más desagradable -dijo don Henry.
    -Por supuesto, me repugna tan sólo pensarlo, pobrecilla. Su padre es un hombre duro en todos los aspectos e imagino que ella no se vio capaz de hacer frente a lo ocurrido.
    Hizo una pausa.
    -Eso es lo que ha trastornado tanto a Dolly.
    -¿Dónde se ahogó?
    -En el río. Debajo del molino la corriente es bastante fuerte. Hay un camino y un puente que lo cruza. Creen que se arrojó desde allí. Bueno, bueno, es mejor no pensarlo.
    Y el coronel Bantry abrió el periódico, dispuesto a distraer sus pensamientos de esos penosos asuntos y absorberse en las nuevas iniquidades del gobierno.
    Don Henry no se interesó especialmente por aquella tragedia local. Después del desayuno, se instaló cómodamente en una tumbona sobre la hierba, se echó el sombrero sobre los ojos y se dispuso a contemplar la vida desde su cómodo asiento.
    Eran las doce y media cuando una doncella se le acercó por el césped.
    -Señor, ha llegado la señorita Marple y desea verlo.
    -¿La señorita Marple?
    Don Henry se incorporó y se colocó bien el sombrero. Recordaba perfectamente a la señorita Marple: sus modos anticuados, sus maneras amables y su asombrosa perspicacia, así como una docena de casos hipotéticos y sin resolver para los que aquella "típica solterona de pueblo" había encontrado la solución exacta. Don Henry sentía un profundo respeto por la señorita Marple y se preguntó para qué habría ido a verle.
    La señorita Marple estaba sentada en el salón, tan erguida como siempre, y a su lado se veía un cesto de la compra de fabricación extranjera. Sus mejillas estaban muy sonrosadas y parecía sumamente excitada.
    -Don Henry, celebro mucho verlo. Qué suerte he tenido al encontrarlo. Acabo de saber que estaba pasando aquí unos días. Espero que me perdonará...
    -Es un placer verla -dijo don Henry estrechándole la mano-. Lamento que la señora Bantry haya salido de compras.
    -Sí -contestó la señorita Marple-. Al pasar la vi hablando con Footit, el carnicero. Henry Footit fue atropellado ayer cuando iba con su perro, uno de esos terrier pendencieros que al parecer tienen todos los carniceros.
    -Sí -respondió don Henry sin saber a qué venía aquello.
    -Celebro haber venido ahora que no está ella -continuó la señorita Marple-, porque a quien deseaba ver era a usted, a causa de ese desgraciado asunto.
    -¿Henry Footit? -preguntó don Henry extrañado.
    La señorita Marple le dirigió una mirada de reproche.
    -No, no. Me refiero a Rose Emmott, por supuesto. ¿Lo sabe usted ya?
    Don Henry asintió.
    -Bantry me lo ha contado. Es muy triste.
    Estaba intrigado. No podía imaginar por qué quería verlo la señorita Marple para hablarle de Rose Emmott.
    La señorita Marple volvió a tomar asiento y don Henry se sentó a su vez. Cuando la anciana habló de nuevo, su voz sonó grave.
    -Debe usted recordar, don Henry, que en un par de ocasiones hemos jugado a una especie de pasatiempo muy agradable: proponer misterios y buscar una solución. Usted tuvo la amabilidad de decir que yo no lo hacía del todo mal.
    -Nos venció usted a todos -contestó don Henry con entusiasmo-. Demostró un ingenio extraordinario para llegar a la verdad. Y recuerdo que siempre encontraba un caso similar ocurrido en el pueblo, que era el que le proporcionaba la clave.
    Don Henry sonrió al decir esto, pero la señorita Marple permanecía muy seria.
    -Si me he decidido a acudir a usted ha sido justamente por aquellas amables palabras suyas. Sé que si le hablo a usted... bueno, al menos no se reirá.
    El excomisionado comprendió de pronto que estaba realmente apurada.
    -Ciertamente, no me reiré -le dijo con toda amabilidad.
    -Don Henry, esa chica, Rose Emmott, no se suicidó, fue asesinada. Y yo sé quién la ha matado.
    El asombro dejó sin habla a don Henry durante unos segundos. La voz de la señorita Marple había sonado perfectamente tranquila y sosegada, como si acabara de decir la cosa más normal del mundo.
    -Ésa es una declaración muy seria, señorita Marple -dijo don Henry cuando se hubo recuperado.
    Ella asintió varias veces.
    -Lo sé, lo sé. Por eso he venido a verle.
    -Pero mi querida señora, yo no soy la persona adecuada. Ahora soy un ciudadano más. Si usted está segura de lo que afirma debe acudir a la policía.
    -No lo creo -replicó de inmediato la señorita Marple.
    -¿Por qué no?
    -Porque no tengo lo que ustedes llaman pruebas.
    -¿Quiere decir que sólo es una opinión suya?
    -Puede llamarse así, pero en realidad no es eso. Lo sé, estoy en posición de saberlo. Pero si le doy mis razones al inspector Drewitt, se echará a reír y no podré reprochárselo. Es muy difícil comprender lo que pudiéramos llamar un "conocimiento especializado".
    -¿Como cuál? -le sugirió don Henry.
    La señorita Marple sonrió ligeramente.
    -Si le dijera que lo sé porque un hombre llamado Peasegood [Buenguisante] dejó nabos en vez de zanahorias cuando vino con su carro a venderle verduras a mi sobrina hará varios años...
    Se detuvo con ademán elocuente.
    -Un nombre muy adecuado para su profesión -murmuró don Henry-. Quiere decir que juzga el caso sencillamente por los hechos ocurridos en un caso similar...
    -Conozco la naturaleza humana -respondió la señorita Marple-. Es imposible no conocerla después de vivir tantos años en un pueblo. El caso es, ¿me cree usted o no?
    Lo miró de hito en hito mientras se acentuaba el rubor de sus mejillas.
    Don Henry era un hombre de gran experiencia y tomaba sus decisiones con gran rapidez, sin andarse por las ramas. Por fantástica que pareciese la declaración de la señorita Marple, se dio cuenta en seguida de que la había aceptado.
    -Le creo, señorita Marple, pero no comprendo qué quiere que haga yo en este asunto ni por qué ha venido a verme.
    -Le he estado dando vueltas y vueltas al asunto -explicó la anciana-. Y, como le digo, sería inútil acudir a la policía sin hechos concretos. Y no los tengo. Lo que quería pedirle es que se interese por este asunto, cosa que estoy segura halagará al inspector Drewitt. Y si la cosa prosperara, al coronel Melchett, el jefe de policía. Estoy segura de que sería como cera en sus manos.
    Lo miró suplicante.
    -¿Y qué datos va a darme usted para empezar a trabajar?
    -He pensado escribir un nombre, el del culpable, en un pedazo de papel y dárselo a usted. Luego, si durante el transcurso de la investigación usted decide que esa persona no tiene nada que ver, pues me habré equivocado.
    Hizo una breve pausa y agregó con un ligero estremecimiento:
    -Sería terrible que ahorcaran a una persona inocente.
    -¿Qué diablos? -exclamó don Henry sobresaltado.
    Ella volvió su rostro preocupado hacia don Henry.
    -Puedo equivocarme, aunque no lo creo. El inspector Drewitt es un hombre inteligente, pero algunas veces una inteligencia mediocre puede resultar peligrosa y no lleva a uno muy lejos.
    Don Henry la contempló con curiosidad. La señorita Marple abrió un pequeño bolso del que extrajo una libretita y, arrancando una de las hojas, escribió unas palabras con todo cuidado.
    Después de doblar la hoja en dos, se la entregó a don Henry.
    Éste la abrió y leyó el nombre, que nada le decía, mas enarcó las cejas mirando a la señorita Marple mientras se guardaba el papel en el bolsillo.
    -Bien, bien -dijo-. Es un asunto extraordinario. Nunca había intervenido en nada semejante, pero voy a confiar en la buena opinión que usted me merece, se lo aseguro, señorita Marple.

    Don Henry se hallaba en la salita con el coronel Melchett, jefe de policía del condado, así como con el inspector Drewitt. El jefe de policía era un hombre de modales marciales y agresivos. El inspector Drewitt era corpulento y ancho de espaldas, y un hombre muy sensato.
    -Tengo la sensación de que me estoy entrometiendo en su trabajo -decía don Henry con su cortés sonrisa-. Y en realidad no sabría decirles por qué lo hago -lo cual era rigurosamente cierto.
    -Mi querido amigo, estamos encantados. Es un gran cumplido.
    -Un honor, don Henry -dijo el inspector.
    El coronel Melchett pensaba: "El pobre está aburridísimo en casa de los Bantry. El viejo criticando todo el santo día al gobierno, y ella hablando sin parar de sus bulbos".
    El inspector decía para sus adentros: "Es una lástima que no persigamos a un delincuente verdaderamente hábil. He oído decir que es uno de los mejores cerebros de Inglaterra. Qué lástima, realmente una lástima, que se trate de un caso tan sencillo".
    El jefe de policía dijo en voz alta:
    -Me temo que se trata de un caso muy sórdido y claro. Primero se pensó que la chica se había suicidado. Estaba esperando un niño. Sin embargo, nuestro médico, el doctor Haydock, que es muy cuidadoso, observó que la víctima presentaba unos cardenales en la parte superior de cada brazo, ocasionados presumiblemente por una persona que la sujetó para arrojarla al río.
    -¿Se hubiera necesitado mucha fuerza?
    -Creo que no. Seguramente no hubo lucha, si la cogieron desprevenida. Es un puente de madera, muy resbaladizo. Tirarla debió de ser lo más sencillo del mundo, en un lado no hay barandilla.
    -¿Saben con seguridad que la tragedia ocurrió allí?
    -Sí, lo dijo un niño de doce años, Jimmy Brown. Estaba en los bosques del otro lado del río y oyó un grito y un chapuzón. Había oscurecido ya y era difícil distinguir nada. No tardó en ver algo blanco que flotaba en el agua y corrió en busca de ayuda. Lograron sacarla, pero era demasiado tarde para reanimarla.
    Don Henry asintió.
    -¿El niño no vio a nadie en el puente?
    -No, pero como le digo era de noche y por allí siempre suele haber algo de niebla. Voy a preguntarle si vio a alguna persona por allí antes o después de ocurrir la tragedia. Naturalmente, él imagino que la joven se había suicidado. Todos lo pensamos al principio.
    -Sin embargo, tenemos la nota -dijo el inspector Drewitt volviéndose a don Henry.
    -Una nota que encontramos en el bolsillo de la víctima. Estaba escrita con un lápiz de dibujo y, aunque estaba empapada de agua, con algún esfuerzo pudimos leerla.
    -¿Y qué decía?
    -Era del joven Sandford. "De acuerdo -decía-. Me reuniré contigo en el puente a las ocho y media. R. S." Bueno, fue muy cerca de esa hora, pocos minutos después de las ocho y media, cuando Jimmy Brown oyó el grito y el chapuzón.
    -No sé si conocerá usted a Sandford -continuó el coronel Melchett-. Lleva aquí cosa de un mes. Es uno de esos jóvenes arquitectos que construyen casas extravagantes. Está edificando una para Allington. Dios sabe lo que resultará, supongo que alguna fantochada moderna de ésas, mesas de cristal y sillas de acero y lona. Bueno, eso no significa nada, por supuesto, pero demuestra la clase de individuo que es Sandford: un bolchevique, un tipo sin moral.
    -La seducción es un crimen muy antiguo -dijo don Henry con calma-, aunque desde luego no tanto como el homicidio.
    El coronel Melchett lo miró extrañado.
    -¡Oh, sí! Desde luego, desde luego.
    -Bien, don Henry -intervino Drewitt-, ahí lo tiene: es un asunto feo, pero claro como el agua. Este joven, Sandford, seduce a la chica y se dispone a regresar a Londres. Allí tiene novia, una señorita bien con la que está prometido. Naturalmente, si ella se entera de eso, puede dar por terminadas sus relaciones. Se encuentra con Rose en el puente. Es una noche oscura, no hay nadie por allí, la coge por los hombros y la arroja al agua. Un sinvergüenza que tendrá su merecido. Ésa es mi opinión.
    Don Henry permaneció en silencio un par de minutos. Casi podía palpar los prejuicios subyacentes. No era probable que un arquitecto moderno fuese muy popular en un pueblo tan conservador como St. Mary Mead.
    -Supongo que no existirá la menor duda de que ese hombre, Sandford, era el padre de la criatura... -preguntó.
    -Lo era, desde luego -replicó Drewitt-. Rose Emmott se lo dijo a su padre, pensaba que se casaría con ella. ¡Casarse con ella! ¡Qué ingenua!
    "¡Pobre de mí! -pensó don Henry-. Me parece estar viviendo un melodrama Victoriano. La joven confiada, el villano de Londres, el padre iracundo. Sólo falta el fiel amor pueblerino. Sí, creo que ya es hora de que pregunte por él".
    Y en voz alta añadió:
    -¿Esa joven no tenía algún pretendiente en el pueblo?
    -¿Se refiere a Joe Ellis? -dijo el inspector-. Joe es un buen muchacho, trabaja como carpintero. ¡Ah! Si ella se hubiera fijado en él...
    El coronel Melchett asintió aprobador.
    -Uno tiene que limitarse a los de su propia clase -sentenció.
    -¿Cómo se tomó Joe Ellis todo el asunto? -quiso saber don Henry.
    -Nadie lo sabe -contestó el inspector-. Joe es un muchacho muy tranquilo y reservado. Cualquier cosa que hiciera Rose le parecía bien. Lo tenía completamente dominado. Se limitaba a esperar que algún día volviera a él. Sí, creo que ésa era su manera de afrontar la situación.
    -Me gustaría verlo -dijo don Henry.
    -¡Oh! Nosotros vamos a interrogarlo -explicó el coronel Melchett-. No vamos a dejar ningún cabo suelto. Había pensado ver primero a Emmott, luego a Sandford y después podemos ir a hablar con Ellis. ¿Le parece bien, Clithering?
    Don Henry respondió que le parecía estupendo.
    Encontraron a Tom Emmott en la taberna el Blue Boar. Era un hombre corpulento, de mediana edad, mirada inquieta y mandíbula poderosa.
    -Celebro verles, caballeros. Buenos días, coronel. Pasen aquí y podremos hablar en privado. ¿Puedo ofrecerles alguna cosa? ¿No? Como quieran. Han venido por el asunto de mi pobre hija. ¡Ah! Rose era una buena chica. Siempre lo fue, hasta que ese cerdo... (perdónenme, pero eso es lo que es), hasta que ese cerdo vino aquí. Él le prometió que se casarían, eso hizo. Pero yo haré que lo pague muy caro. La arrojó al río. El cerdo asesino. Nos ha traído la desgracia a todos. ¡Mi pobre hija!
    -¿Su hija le dijo claramente que Sandford era el responsable de su estado? -preguntó Melchett crispado.
    -Sí, en esta misma habitación.
    -¿Y qué le dijo usted? -quiso saber don Henry.
    -¿Decirle? -el hombre pareció desconcertado.
    -Sí, usted, por ejemplo, no la amenazaría con echarla de su casa o algo así.
    -Me disgusté mucho, eso es natural. Supongo que estará de acuerdo en que eso era algo natural. Pero, desde luego, no la eché de casa. Yo no haría semejante cosa -dijo con virtuosa indignación-. No. ¿Para qué está la ley?, le dije. ¿Para qué está la ley? Ya lo obligarán a cumplir con su deber. Y si no lo hace, por mi vida que lo pagará.
    Y dejó caer su puño con fuerza sobre la mesa.
    -¿Cuándo vio a su hija por última vez? -preguntó Melchett.
    -Ayer... a la hora del té.
    -¿Cómo se comportaba?
    -Pues como siempre. No noté nada. Si yo hubiera sabido...
    -Pero no lo sabía -replicó el inspector en tono seco.
    Y dicho esto se despidieron.
    "Emmott no es un sujeto que resulte precisamente agradable", pensó don Henry para sus adentros.
    -Es un poco violento -contestó Melchett-. Si hubiera tenido oportunidad ya hubiese matado a Sandford, de eso estoy seguro.
    La próxima visita fue para el arquitecto. Rex Sandford era muy distinto a la imagen que don Henry se había formado de él. Alto, muy rubio, delgado, de ojos azules y soñadores, y cabellos descuidados y demasiado largos. Su habla resultaba un tanto afeminada.
    El coronel Melchett se presentó a sí mismo y a sus acompañantes y, pasando directamente al objeto de su visita, invitó al arquitecto a que aclarara cuáles habían sido sus actividades durante la noche anterior.
    -Debe comprender -le dijo a modo de advertencia- que no tengo autoridad para obligarlo a declarar y que todo lo que diga puede ser utilizado en su contra. Quiero dejar esto bien claro.
    -Yo, no... no comprendo -dijo Sandford.
    -¿Comprende que Rose Emmott murió ahogada ayer noche?
    -Sí, lo sé. ¡Oh! Es demasiado... demasiado terrible. Apenas si he podido dormir en toda la noche, y he sido incapaz de trabajar nada hoy. Me siento responsable, terriblemente responsable.
    Se pasó las manos por los cabellos, enmarañándolos todavía más.
    -Nunca tuve intención de hacerle daño -dijo en tono plañidero-. Nunca lo pensé siquiera. Nunca pensé que se lo tomara de esa manera.
    Y sentándose junto a la mesa escondió el rostro entre las manos.
    -¿Debo entender, señor Sandford, que se niega a declarar dónde estaba ayer noche a las ocho y media?
    -No, no, claro que no. Había salido. Salí a pasear.
    -¿Fue a reunirse con la señorita Emmott?
    -No, me fui solo. A través de los bosques. Muy lejos.
    -Entonces, ¿cómo explica usted esta nota, que fue encontrada en el bolsillo de la difunta?
    El inspector Drewitt la leyó en voz alta sin demostrar emoción alguna.
    -Ahora -concluyó-, ¿niega haberla escrito?
    -No... no. Tiene razón, la escribí yo. Rose me pidió que fuera a verla. Insistió, yo no sabía qué hacer, por eso le escribí esa nota.
    -Ah, así está mejor -le dijo Drewitt.
    -¡Pero no fui! -Sandford elevó la voz-. ¡No fui! Pensé que era mejor no ir. Mañana pensaba regresar a la ciudad. Tenía intención de escribirle desde Londres y hacer algún arreglo.
    -¿Se da usted cuenta, señor, de que la chica iba a tener un niño y que había dicho que usted era el padre?
    Sandford lanzó un gemido, pero nada respondió.
    -¿Era eso cierto, señor?
    Sandford escondió todavía más el rostro entre las manos.
    -Supongo que sí -dijo con voz ahogada.
    -¡Ah! -El inspector Drewitt no pudo disimular su satisfacción-. Ahora háblenos de ese paseo suyo. ¿Lo vio alguien anoche?
    -No lo sé, pero no lo creo. Que yo recuerde, no me encontré a nadie.
    -Es una lástima.
    -¿Qué quiere usted decir? -Sandford abrió mucho los ojos-. ¿Qué importa si fui a pasear o no? ¿Qué tiene que ver eso con que Rose se suicidase?
    -¡Ah! -exclamó el inspector-. Pero es que no se suicidó, la arrojaron al agua deliberadamente, señor Sandford.
    -Que ella... -tardó un par de minutos en sobreponerse al horror que le produjo la noticia-. ¡Dios mío! Entonces...
    Se desplomó en una silla.
    El coronel Melchett hizo ademán de marcharse.
    -Debe comprender, señor Sandford -le dijo-, que no le conviene abandonar esta casa.
    Los tres hombres salieron juntos, y el inspector y el coronel Melchett intercambiaron una mirada.
    -Creo que es suficiente, señor -dijo el inspector.
    -Sí, vaya a buscar una orden de arresto y deténgalo.
    -Discúlpenme -exclamó don Henry-. He olvidado mis guantes.
    Y volvió a entrar en la casa rápidamente. Sandford seguía sentado donde lo habían dejado, con la mirada perdida en el vacío.
    -He vuelto -le anunció don Henry- para decirle que yo, personalmente, haré cuanto pueda por ayudarle. No me está permitido revelar el motivo de mi interés por usted, pero debo pedirle que me refiera lo más brevemente posible todo lo que pasó entre usted y esa chica, Rose.
    -Era muy bonita -contestó Sandford-, muy bonita y muy provocativa. Y... y me asediaba continuamente. Le juro que es cierto. No me dejaba ni un minuto. Y aquí yo me encontraba muy solo, no le caía simpático a nadie y, como le digo, ella era terriblemente bonita y parecía saber lo que hacía y... -su voz se apagó-. Y luego ocurrió esto. Quería que me casara con ella y yo ya estoy comprometido con una chica de Londres. Si llegara a enterarse de esto... y se enterará, por supuesto, todo habrá terminado. No lo comprenderá. ¿Cómo podría comprenderlo? Soy un depravado, desde luego. Como le digo, no sabía qué hacer y evitaba en la medida de lo posible a Rose. Pensé que si regresaba a la capital y veía a mi abogado, podría arreglarlo pasándole algún dinero. ¡Cielos, qué idiota! Y todo está tan claro, todo me acusa, pero se han equivocado. Ella tuvo que suicidarse.
    -¿Le amenazó alguna vez con quitarse la vida?
    Sandford negó con la cabeza.
    -Nunca, y tampoco hubiera dicho que fuese capaz de hacerlo.
    -¿Qué sabe de un hombre llamado Joe Ellis?
    -¿El carpintero? El típico hombre de pueblo. Muy callado, pero estaba loco por Rose.
    -¿Es posible que estuviera celoso? -insinuó don Henry.
    -Supongo que estaba un poco celoso, pero pertenece al tipo bovino, es de los que sufren en silencio.
    -Bueno -dijo don Henry-, debo marcharme.
    Y se reunió con los otros.
    -¿Sabe, Melchett? Creo que deberíamos ir a ver a ese otro individuo, Ellis, antes de tomar ninguna determinación. Sería una lástima que, después de realizar la detención, resultase ser un error. Al fin y al cabo, los celos siempre fueron un buen móvil para cometer un crimen. Y además bastante corriente.
    -Es cierto -replicó el inspector-, pero Joe Ellis no es de esa clase. Es incapaz de hacer daño a una mosca. Nadie lo ha visto nunca fuera de sí. No obstante, estoy de acuerdo con usted en que será mejor preguntarle dónde estuvo ayer noche. Ahora debe de estar en su casa. Se hospeda en casa de la señora Bartlett, una persona muy decente, que era viuda y se ganaba la vida lavando ropa.
    La casa adonde se dirigieron era inmaculadamente pulcra. Les abrió la puerta una mujer robusta de mediana edad, rostro afable y ojos azules.
    -Buenos días, señora Bartlett -dijo el inspector-. ¿Está Joe Ellis?
    -Ha regresado hará unos diez minutos -respondió la señora Bartlett-. Pasen, por favor.
    Y secándose las manos en el delantal, los condujo hasta una salita llena de pájaros disecados, perros de porcelana, un sofá y varios muebles inútiles.
    Se apresuró a disponer asiento para todos y, apartando una rinconera para que hubiera más espacio, salió de la habitación gritando:
    -Joe, hay tres caballeros que quieren verte.
    Y una voz le contestó desde la cocina:
    -Iré en cuanto termine de lavarme.
    La señora Bartlett sonrió.
    -Vamos, señora Bartlett -dijo el coronel Melchett-. Siéntese.
    A la señora Bartlett le sorprendió la idea.
    -Oh, no señor. Ni pensarlo.
    -¿Es buen huésped Joe Ellis? -le preguntó Melchett en tono intrascendente.
    -No podría ser mejor, señor. Es un joven muy formal. Nunca bebe ni una gota de vino y se toma muy en serio su trabajo. Siempre se muestra amable y me ayuda cuando hay cosas que reparar en la casa. Fue él quien me puso esos estantes y me ha hecho un nuevo aparador para la cocina. Siempre arregla esas cosillas que hace falta arreglar en las casas. Joe lo hace como cosa natural y ni siquiera quiere que le dé las gracias. ¡Ah! No hay muchos jóvenes como Joe, señor.
    -Alguna muchacha será muy afortunada algún día -dijo Melchett-. Estaba bastante enamorado de esa pobre chica, Rose Emmott, ¿no es cierto?
    La señora Bartlett suspiró.
    -Me ponía de mal humor. Él besaba la tierra que pisaba y a ella sin importarle un comino los sentimientos de Joe.
    -¿Dónde pasa las tardes, señora Bartlett?
    -Generalmente aquí, señor. Algunas veces trabaja en alguna pieza difícil y, además, está estudiando contabilidad por correspondencia.
    -¡Ah!, ¿de veras? ¿Estuvo aquí ayer noche?
    -Sí, señor.
    -¿Está segura, señora Bartlett? -preguntó don Henry secamente.
    Se volvió hacia él para contestar:
    -Completamente segura, señor.
    -¿Por casualidad no saldría entre las ocho y las ocho y media?
    -Oh, no -la señora Bartlett se echó a reír-. Estuvo en la cocina casi toda la noche, montando el aparador, y yo lo ayudé.
    Don Henry miró su rostro sonriente y por primera vez sintió la sombra de una duda.
    Un momento después entraba en la habitación el propio Ellis. Era un joven alto, de anchas espaldas y muy atractivo, de estilo rústico. Sus ojos azules eran tímidos y su sonrisa amable. Un gigante joven y agradable.
    Melchett inició la conversación, y la señora Bartlett se marchó a la cocina.
    -Estamos investigando la muerte de Rose Emmott. Usted la conocía, Ellis.
    -Sí -vaciló y luego dijo en voz baja-: Esperaba casarme con ella, pobrecilla.
    -¿Conocía su estado?
    -Sí. -un relámpago de ira brilló en sus ojos-. Él la dejó tirada, pero fue lo mejor. No hubiera sido feliz casándose con él y confiaba en que cuando eso ocurriera acudiría a mí. Yo hubiera cuidado de ella.
    -A pesar de...
    -No fue culpa suya. Él la hizo caer con mil promesas. ¡Oh! Ella me lo contó. No tenía que haberse suicidado. Ese tipo no lo valía.
    -Ellis, ¿dónde estaba usted ayer noche, alrededor de las ocho y media?
    Tal vez fuese producto de la imaginación de don Henry, pero le pareció detectar una cierta turbación en su rápida, casi demasiado rápida, respuesta.
    -Estuve aquí, montando el aparador de la señora Bartlett. Pregúnteselo a ella.
    "Ha contestado con demasiado presteza -pensó don Henry-. Y él es un hombre lento. Eso demuestra que tenía preparada de antemano la respuesta".
    Pero se dijo a sí mismo que estaba dejándose llevar por la imaginación. Sí, demasiadas cosas imaginaba, hasta le había parecido ver un destello de aprensión en aquellos ojos azules.
    Tras unas cuantas preguntas más, se marcharon. Don Henry buscó un pretexto para entrar en la cocina, donde encontró a la señora Bartlett ocupada en encender el fuego. Al verlo le sonrió con simpatía. En la pared había un nuevo armario, todavía sin terminar, y algunas herramientas y pedazos de madera.
    -¿En eso estuvo trabajando Ellis anoche? -preguntó don Henry.
    -Sí, señor. Está muy bien, ¿no le parece? Joe es muy buen carpintero.
    Ni el menor recelo en su mirada. Pero Ellis... ¿Lo habría imaginado? No, había algo.
    "Debo pescarlo", pensó don Henry.
    Y al volverse para marcharse, tropezó con un cochecito de niño.
    -Espero que no habré despertado al niño -dijo.
    La señora Bartlett lanzó una carcajada.
    -Oh, no, señor. Yo no tengo niños, es una pena. En ese cochecito llevo la ropa que he lavado cuando voy a entregarla.
    -¡Oh! Ya comprendo...
    Hizo una pausa y luego dijo, dejándose llevar por un impulso.
    -Señora Bartlett, usted conocía a Rose Emmott. Dígame lo que pensaba realmente de ella.
    -Pues creo que era una caprichosa, pero está muerta y no me gusta hablar mal de los muertos.
    -Pero yo tengo una razón, una razón poderosa para preguntárselo -su voz era persuasiva.
    Ella pareció reflexionar, mientras lo observaba con suma atención. Finalmente se decidió.
    -Era una mala persona, señor -dijo con calma-. No me atrevería a decirlo delante de Joe. Ella lo dominaba. Esa clase de mujeres saben hacerlo, es una pena, pero ya sabe lo que ocurre, señor.
    Sí, don Henry lo sabía. Los Joe Ellis de este mundo son particularmente vulnerables, confían ciegamente. Pero precisamente por eso, el choque de descubrir la verdad es siempre más fuerte.
    Abandonó aquella casa confundido y perplejo. Se hallaba ante un muro infranqueable. Joe Ellis había estado trabajando allí durante toda la noche anterior, bajo la vigilancia de la señora Bartlett. ¿Cómo era posible soslayar ese obstáculo? No había nada que oponer a eso, como no fuera la sospechosa presteza con que Joe Ellis había contestado, un claro indicio de que podía haber preparado aquella historia de antemano.
    -Bueno -dijo Melchett-, esto parece dejar el asunto bastante claro, ¿no les parece?
    -Sí, señor -convino el inspector-. Sandford es nuestro hombre. No tiene nada en que apoyar su defensa. Todo está claro como el día. En mi opinión, puesto que la chica y su padre estaban dispuestos a... a hacerle prácticamente víctima de un chantaje, y él no tenía dinero ni quería que el asunto llegara a oídos de su novia, se desesperó y actuó de acuerdo con su desesperación. ¿Qué opina usted de esto, señor? -agregó dirigiéndose a don Henry con deferencia.
    -Eso parece -admitió don Henry-. Y, sin embargo, no puedo imaginarme a Sandford cometiendo ninguna acción violenta.
    Pero sabía que su objeción apenas tendría validez.
    El animal más manso, al verse acorralado, es capaz de las acciones más sorprendentes.
    -Me gustaría ver a ese niño -dijo de pronto-. El que oyó el grito.
    Jimmy Brown resultó ser un niño vivaracho, bastante menudo para su edad y de rostro delgado e inteligente. Estaba deseando ser interrogado y le decepcionó bastante ver que ya sabían lo que había oído en la fatídica noche.
    -Tengo entendido que estabas al otro lado del puente -le dijo don Henry-, al otro lado del río. ¿Viste a alguien por ese lado mientras te acercabas al puente?
    -Alguien andaba por el bosque. Creo que era el señor Sandford, el arquitecto que está construyendo esa casa tan rara.
    Los tres hombres intercambiaron una mirada de inteligencia.
    -¿Eso fue unos diez minutos antes de que oyeras el grito?
    El muchacho asintió.
    -¿Viste a alguien más en la orilla del río, del lado del pueblo?
    -Un hombre venía por el camino por ese lado. Iba despacio, silbando. Tal vez fuese Joe Ellis.
    -Tú no pudiste ver quién era -le dijo el inspector en tono seco-. Era de noche y había niebla.
    -Lo digo por lo que silbaba -contestó el chico-. Joe Ellis siempre silba la misma tonadilla, "Quiero ser feliz", es la única que sabe.
    Habló con el desprecio que un vanguardista sentiría por alguien a quien considerara anticuado.
    -Cualquiera pudo silbar eso -replicó Melchett-. ¿Iba en dirección al puente?
    -No, al revés, hacia el pueblo.
    -No creo que debamos preocuparnos por ese desconocido -dijo Melchett-. Tú oíste el grito y un chapuzón y, pocos minutos después, al ver un cuerpo que flotaba aguas abajo, corriste en busca de ayuda, regresaste al puente, lo cruzaste y te fuiste directamente al pueblo. ¿No viste a nadie por allí cerca a quien pedir ayuda?
    -Creo que había dos hombres con una carretilla en la orilla del río, pero estaban bastante lejos y no podía distinguir si iban o venían, y como la casa del señor Giles estaba más cerca, corrí hacia allí.
    -Hiciste muy bien, muchacho -le dijo Melchett-. Actuaste con gran entereza. Tú eres niño escucha, ¿verdad?
    -Sí, señor.
    -Muy bien.
    Ddon Henry permanecía en silencio, reflexionando. Extrajo un pedazo de papel de su bolsillo y, tras mirarlo, meneó la cabeza. Parecía imposible y sin embargo...
    Se decidió a visitar a la señorita Marple sin dilación.
    Lo recibió en un saloncito de estilo antiguo, ligeramente recargado.
    -He venido a darle cuenta de nuestros progresos -dijo don Henry-. Me temo que desde su punto de vista las cosas no marchan del todo bien. Van a detener a Sandford. Y debo confesar que, a juzgar por los indicios, con toda justicia.
    -Entonces, ¿no ha encontrado nada, digamos, que justifique mi teoría? -parecía perpleja, ansiosa-. Quizás estuviera equivocada, completamente equivocada. Usted tiene tanta experiencia que, de no ser así, lo habría averiguado.
    -En primer lugar -dijo don Henry-, apenas puedo creerlo. Y por otra parte, nos estrellamos contra una coartada infranqueable. Joe Ellis estuvo montando los estantes de un armario de la cocina toda la noche y la señora Bartlett estaba con él.
    La señorita Marple se inclinó hacia delante presa de una gran agitación.
    -Pero eso no es posible -exclamó con firmeza-. Era viernes.
    -¿Viernes?
    -Sí, fue la noche del viernes. Y los viernes por la noche ella va a entregar la ropa que ha lavado durante la semana.
    Don Henry se reclinó en su asiento. Recordaba la historia de Jimmy Brown sobre el hombre que silbaba y... sí, encajaba.
    Se puso en pie, estrechando enérgicamente la mano de la señorita Marple.
    -Creo que ya sé qué debo hacer -le dijo-. O por lo menos lo intentaré.
    Cinco minutos después estaba en casa de la señora Bartlett, frente a Joe Ellis, en la salita de los perros de porcelana.
    -Usted nos mintió, Ellis, con respecto a la noche pasada -le dijo crispado-. Entre las ocho y las ocho y media usted no estuvo en la cocina montando el armario. Lo vieron paseando por la orilla del río en dirección al pueblo pocos minutos antes de que Rose Emmott fuese asesinada.
    El hombre se quedó atónito.
    -No fue asesinada, no fue asesinada. Yo no tengo nada que ver. Ella se arrojó al río. Estaba desesperada. Yo no hubiera podido hacerle el menor daño, no hubiera podido.
    -Entonces, ¿por qué nos mintió diciéndonos que estuvo aquí? -preguntó don Henry con astucia.
    El joven alzó los ojos y luego los bajó con gesto nervioso.
    -Estaba asustado. La señora Bartlett me vio por allí y, cuando supo lo que había ocurrido, pensó que las cosas podían ponerse feas para mí. Quedamos en que yo diría que había estado trabajando aquí y ella se avino a respaldarme. Es una persona muy buena. Siempre fue muy buena conmigo.
    Sin añadir palabra don Henry abandonó la estancia para dirigirse a la cocina. La señora Bartlett estaba lavando los platos.
    -Señora Bartlett -le dijo-, lo sé todo. Creo que será mejor que confíese, es decir, a menos que quiera que ahorquen a Joe Ellis por algo que no ha hecho. No, ya veo que no lo desea. Le diré lo que ocurrió. Usted salió a entregar la ropa y se encontró con Rose Emmott. Pensó que dejaba para siempre a Joe para marcharse con el forastero. Ella estaba en un apuro y Joe dispuesto a acudir en su ayuda, a casarse con ella si era preciso, y Rose lo tendría para siempre. Joe lleva cuatro años viviendo en su casa y se ha enamorado de él, lo quiere para usted sola. Odiaba a esa muchacha, no podía soportar la idea de que otra le arrebatara a su hombre. Usted es una mujer fuerte, señora Bartlett. Cogió a la chica por los hombros y la arrojó a la corriente. Pocos minutos después encontró a Joe Ellis. Jimmy los vio juntos a lo lejos, pero con la oscuridad y la niebla imaginó que el cochecito era una carretilla del que tiraban dos hombres. Y usted convenció a Joe de que podía resultar sospechoso y le propuso establecer una coartada para él, que en realidad lo era para usted. Ahora dígame sinceramente, ¿tengo o no razón?
    Contuvo el aliento. Lo arriesgaba todo en aquella jugada.
    Ella permaneció ante él unos momentos secándose las manos en el delantal mientras lentamente iba tomando una determinación.
    -Ocurrió todo como usted dice -dijo al fin con su voz reposada, tanto que don Henry sintió de pronto lo peligrosa que podía ser-. No sé lo que me pasó por la cabeza. Una desvergonzada, eso es lo que era. No pude soportarlo, no me quitaría a Joe. No he tenido una vida muy feliz, señor. Mi esposo era un pobre inválido malhumorado. Lo cuidé siempre fielmente. Y luego vino Joe a hospedarse en mi casa. No soy muy vieja, señor, a pesar de mis cabellos grises. Sólo tengo cuarenta años y Joe es uno entre un millón. Hubiera hecho cualquier cosa por él, lo que fuera. Era como un niño pequeño, tan simpático y tan crédulo. Era mío, señor, y yo cuidaba de él, lo protegía. Y esto... esto... -tragó saliva para contener su emoción. Incluso en aquellos momentos era una mujer fuerte. Se irguió mirando a don Henry con una extraña determinación-. Estoy dispuesta a acompañarlo, señor. No pensé que nadie lo descubriera. No sé cómo lo ha sabido usted, no lo sé, se lo aseguro.
    Don Henry negó con la cabeza.
    -No fui yo quien lo averiguó -dijo pensando en el pedazo de papel que seguía en su bolsillo con unas palabras escritas con letra muy clara y pasada de moda:
    Señora Bartlett, en cuya casa se hospeda Joe Ellis en el número 2 de Mill Cottages.
    Una vez más, la señorita Marple había acertado.
    FIN

     
  3. sandybell

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    Los cuatro sospechosos

    La conversación giraba en torno a los crímenes que quedaban sin resolver y sin castigo. Cada uno por turno dio su opinión: el coronel Bantry, su simpática y gordezuela esposa, Jane Helier, el doctor Lloyd e incluso la señorita Marple. El único que no habló fue el que, en opinión de la mayoría, estaba más capacitado para ello. Don Henry Clithering, ex comisionado de Scotland Yard, permanecía silencioso, retorciéndose el bigote o, más bien dicho, tirando de él, y con una media sonrisa en los labios, como si le divirtiera algún pensamiento.
    -Don Henry -le dijo finalmente la señora Bantry-, si no dice usted algo, gritaré. ¿Hay muchos crímenes que quedan impunes?
    -Usted piensa en los titulares de la prensa, señora Bantry: SCOTLAND YARD FRACASA DE NUEVO y, a continuación, la lista de crímenes sin resolver.
    -Que en realidad debe ser un porcentaje muy pequeño, supongo -dijo el doctor Lloyd.
    -Sí, los cientos de crímenes que se resuelven y los responsables castigados rara vez se pregonan. Pero eso no es precisamente lo que discutimos. Los crímenes no descubiertos y los crímenes que quedan impunes son dos cosas por completo distintas. En la primera categoría entran todos los crímenes de los que Scotland Yard ni siquiera ha oído hablar, los que nadie ni siquiera sabe que se han cometido.
    -Pero supongo que no debe haber muchos de ésos -dijo la señora Bantry.
    -¿No?
    -¡Don Henry! ¿No querrá usted decir que sí los hay?
    -Yo creo -dijo la señorita Marple pensativa- que debe de haber muchísimos.
    La encantadora anciana, con su aire tranquilo y anticuado, hizo esta declaración con la mayor placidez.
    -Mi querida señorita Marple... -empezó el coronel Bantry.
    -Claro que muchas personas son estúpidas -dijo la señorita Marple-. Y a las personas estúpidas se las descubre hagan lo que hagan. Pero también hay muchas que no lo son y uno se estremece al pensar lo que serían capaces de hacer de no tener principios muy arraigados.
    -Sí -replicó don Henry-, hay muchísimas personas que no son estúpidas. Muchas veces un crimen llega a descubrirse por un fallo insignificante y uno no deja de hacerse siempre la misma pregunta. De no haber sido por aquel fallo, ¿hubiese llegado a descubrirse?
    -Pero esto es muy serio, Clithering -dijo el coronel Bantry-, pero que muy grave.
    -¿De veras?
    -¿Pero qué dice usted? ¡Lo es! Claro que es serio.
    -Usted dice que hay crímenes que quedan impunes, pero ¿es eso cierto? Tal vez no reciban el castigo de la ley, pero la causa y el efecto actúan aun fuera de la ley. Decir que cada crimen conlleva su propio castigo parecerá muy tópico y, no obstante, en mi opinión, nada hay más cierto.
    -Tal vez -dijo el coronel Bantry-, pero eso no altera la gravedad.., la gravedad...
    Se detuvo desorientado.
    Don Henry Clithering sonrío.
    -El noventa y nueve por ciento de la gente sin duda comparte su opinión -comentó-. Pero, ¿sabe usted?, no es la culpabilidad lo importante, sino la inocencia. Eso es lo que nadie aprecia.
    -No lo entiendo -exclamó Jane Helier.
    -Yo sí -replicó la señorita Marple-. Cuando la señora Trent descubrió que le faltaba media corona que llevaba en el bolso, la persona más afectada fue la asistenta, la señora Arthur. Desde luego los Trent pensaron que había sido ella, pero eran buenas personas y, como sabían que tenía una familia numerosa y un marido aficionado a la bebida, pues... naturalmente no quisieron tomar medidas extremas. Pero cambiaron totalmente su actitud hacia ella. Ya no la dejaban al cuidado de la casa cuando se ausentaban y otras personas empezaron a comportarse con ella de un modo semejante. Y luego se descubrió de pronto que había sido la institutriz. La señora Trent la descubrió, a través de una puerta que se reflejaba en un espejo, por pura casualidad, a la que yo prefiero llamar Providencia. Y creo que eso es lo que quiere decir don Henry. La mayoría de las personas se hubieran interesado únicamente por saber quién cogió el dinero, que resultó ser la más insospechada, como en las novelas policíacas. Pero, para quien realmente era importante, casi cuestión de vida o muerte, descubrir la verdad era para la señora Arthur, que no había hecho nada. Eso es lo que quiso usted decir, ¿verdad, don Henry?
    -Sí, señorita Marple, ha dado usted en el clavo. La asistenta de su historia tuvo suerte en el caso que ha expuesto: se demostró su inocencia. Pero algunas personas pueden pasar toda su vida oprimidas por el peso de una sospecha completamente injusta.
    -¿Se refiere usted a algún caso en particular, don Henry? -preguntó la señora Bantry con astucia y con verdadera curiosidad.
    -Pues, a decir verdad, sí, señora Bantry. Uno muy curioso. Un caso en el que pensábamos que se había cometido un crimen, pero no teníamos la más remota posibilidad de probarlo.
    -Veneno, supongo -exclamó Jane-. Algo que no deja rastro.
    El doctor Lloyd se removió inquieto y don Henry negó con la cabeza.
    -No, querida señorita. ¡No fue el veneno secreto de las flechas de los indios sudamericanos! ¡Ojalá hubiera sido algo así! Tuvimos que habérnoslas con algo mucho más prosaico, tanto, que no cabe la esperanza de dar con el responsable. Un anciano que se cayó por la escalera y se desnucó, uno de tantos accidentes, lamentables accidentes, que ocurren a diario.
    -¿Y que sucedió en realidad?
    -¿Quién puede decirlo? -don Henry se encogió de hombros-. ¿Lo empujaron por detrás? ¿Ataron un cordón de lado a lado de la escalera, que luego fue quitado cuidadosamente? Eso nunca lo sabremos.
    -Pero usted cree que... bueno, que no fue un accidente ¿Por qué? -quiso saber el médico.
    -Ésa es una historia bastante larga, pero... bueno, sí, estamos casi seguros. Como les digo, no hay posibilidad de poder culpar a nadie, las pruebas serían demasiado vagas. Pero el caso se puede mirar también desde otra perspectiva, la que mencionaba antes. Cuatro son las personas que pudieron hacerlo. Una es culpable, pero las otras tres son inocentes. Y, a menos que se averigüe la verdad, permanecerán bajo la terrible sombra de la duda.
    -Creo -dijo la señora Bantry- que será mejor que nos cuente usted toda la historia.
    -En realidad no creo que sea necesario que me extienda tanto -replicó don Henry-. Puedo resumir el principio. Es sobre una sociedad secreta alemana: "La Mano Vengadora", algo parecido a la Camorra o a la idea que la gente tiene de ella. Una organización dedicada a la extorsión y el terrorismo. La cosa empezó repentinamente después de la guerra y se extendió con sorprendente rapidez, y fueron numerosas las víctimas de la organización. Las autoridades no pudieron con ella, porque sus secretos eran guardados celosamente y era casi imposible encontrar a nadie que quisiera traicionarlos.
    "En Inglaterra no se oyó hablar mucho de ella, pero en Alemania estaba causando un efecto paralizador Finalmente fue disuelta gracias a los esfuerzos de un hombre, un tal doctor Rosen, que en un tiempo fue un miembro notable del Servicio Secreto. Se hizo miembro de la sociedad, se infiltró en sus círculos más íntimos y fue, tal como les digo, el instrumento que la desmoronó.
    "Pero, en consecuencia, se convirtió en un hombre marcado y se consideró prudente que abandonara Alemania, al menos durante algún tiempo. Se vino a Inglaterra y fuimos informados por la policía de Berlín. Se entrevistó personalmente conmigo y advertí enseguida lo resignado de su actitud. No le cabía la menor duda de lo que le reservaba el futuro.
    "-Me cogerán, don Henry -me dijo-, no cabe la menor duda. -Era un hombre alto, de hermosas facciones y voz profunda, que sólo delataba su nacionalidad por su ligera pronunciación gutural-. Es una conclusión inevitable. No me importa, estoy preparado. Ya afronté ese riesgo al emprender esta empresa. He hecho lo que me propuse. La organización no podrá volver a levantarse, pero quedan muchos de sus miembros en libertad y se vengarán de la única manera que pueden: con mi vida. Es sólo cuestión de tiempo, pero desearía alargarlo lo más posible. Estoy reuniendo y preparando material muy interesante, el resultado de toda una vida de trabajo. Y si fuera posible, me gustaría poder completar mi tarea.
    "Habló con sencillez, pero con cierta grandeza que no pude dejar de admirar. Le dije que tomaríamos toda clase de precauciones, pero no me dejó insistir
    "-Algún día, más pronto o más tarde, me cogerán -repetía-. Y cuando ese día llegue, no se preocupe. No me cabe la menor duda de que habrá hecho todo lo posible por evitarlo.
    "Luego me expuso sus proyectos, que eran bastante sencillos. Se proponía adquirir una casita en el campo donde vivir tranquilamente y continuar su trabajo. Por fin escogió un pueblecito de Somerset, King’s Gnaton, situado a unas siete millas de la estación de ferrocarril y singularmente preservado de la civilización. Compró una casita preciosa en la que llevó a cabo algunas reformas y mejoras, y se instaló en ella muy contento, acompañado de su sobrina Greta, un secretario, una vieja criada alemana que le había servido fielmente durante casi cuarenta años y un mañoso jardinero externo, que era nativo de King’s Gnaton."
    -Los cuatro sospechosos -comentó el señor Lloyd con voz apagada.
    -Exacto, los cuatro sospechosos. No hay mucho más que decir. La vida transcurrió apaciblemente en King’s Gnaton durante cinco meses y entonces ocurrió la desgracia. El doctor Rosen se cayó una mañana por la escalera y fue hallado muerto media hora más tarde. En el momento en que debió ocurrir el accidente, Gertrud estaba en la cocina con la puerta cerrada y no oyó nada, o por lo menos eso dijo. la señorita Greta estaba en el jardín plantando unos bulbos, también según dijo. El jardinero, Dobbs, estaba en el cobertizo, desayunando, según dijo. Y el secretario había ido a dar un paseo y tampoco tenemos otra cosa mejor que su palabra.
    "Ninguno de ellos tiene una coartada ni es capaz de atestiguar la declaración de los demás. Pero una cosa es cierta: nadie del exterior pudo hacerlo ya que la presencia de un extraño hubiera sido advertida con seguridad en el pueblecito de King’s Gnaton. La puerta principal y la de atrás estaban cerradas, y cada uno de los habitantes de la casa tenía su llave. De modo que ya ven que los sospechosos se reducen a estos cuatro: Greta, la hija de su propio hermano; Gertrud, que llevaba cuarenta años sirviéndole fielmente; Dobbs, que nunca había salido de King’s Gnaton, y Charles Templeton, el secretario."
    -Sí -intervino el coronel Bantry-. ¿Qué nos dice de él? A mí me parece el más sospechoso. ¿Qué sabía usted de él?
    -Pues lo que sé de él es lo que lo deja completamente al margen de sospechas, por lo menos de momento -dijo don Henry en tono grave-. Charles Templeton era uno de mis hombres.
    -¡Oh! -exclamó el coronel Bantry visiblemente sorprendido.
    -Sí, quise tener a alguien en la casa y que al mismo tiempo no llamara la atención en el pueblo. Rosen realmente necesitaba un secretario y yo le proporcioné a Templeton. Es un caballero, habla alemán a la perfección y es, en conjunto, un tipo muy capacitado.
    -Pues entonces, ¿de quién sospecha usted? -preguntó la señora Bantry con extrañeza-. Todos parecen tan... buenos y tan inocentes.
    -Sí, eso parece, pero podemos considerar el caso desde un ángulo distinto. Fraülein Greta era su sobrina y una muchacha encantadora, pero la guerra nos ha demostrado a menudo que un hermano puede volverse contra su hermana, un padre contra su hijo, etcétera, etcétera, y que las más encantadoras y gentiles jovencitas eran capaces de cosas sorprendentes. Lo mismo puede aplicarse a Gertrud y quién sabe qué otros factores pudieron obrar en su caso. Tal vez una disputa con su señor, un creciente resentimiento más intenso debido a los largos años de fidelidad. Las mujeres que tienen tantos años y pertenecen a esa clase, algunas veces pueden vivir increíblemente amargadas. ¿Y Dobbs? ¿Queda eliminado por no tener relación alguna con la familia? Con dinero se consiguen muchas cosas. Pudieron aproximarse a él de algún modo y sobornarlo.
    "Una cosa parece segura: debió llegar algún mensaje u orden del exterior. De otro modo, ¿por qué aquellos cinco meses de espera? No, los agentes de "La Mano Vengadora" debieron estar trabajando. No estarían seguros de la perfidia de Rosen y debieron retrasar su venganza hasta asegurarse de su posible traición sin ninguna duda. Luego, cuando verificaron sus sospechas, debieron enviar su mensaje al espía que tenían dentro de su misma casa. El mensaje que decía: «Mata»."
    -¡Qué horror-! -dijo Jane Helier con un estremecimiento.
    -Pero ¿cómo llegaría el mensaje? Ese es el punto que traté de aclarar como única esperanza para resolver el misterio. Una de esas cuatro personas debió de ser abordada por alguien o comunicarse con ellos de alguna manera. La orden debía ser ejecutada, lo sabía muy bien, tan pronto como fuera recibido el aviso. Era la peculiaridad de "La Mano Vengadora".
    "Me puse a trabajar de una forma que probablemente les parecerá ridículamente meticulosa. ¿Quiénes habían estado en la casa aquella mañana? No descarté a nadie. Aquí está la lista."
    Y sacando un sobre de su bolsillo, escogió un papel entre los que contenía.
    -El carnicero, que trajo la carne de ternera. Hice averiguaciones y resultaron exactas.
    "El chico del colmado trajo un paquete de harina de maíz, dos libras de azúcar; una de mantequilla y otra de café. Fueron investigados y resultaron correctos.
    "El cartero trajo dos circulares para la señorita Rosen, una carta de la localidad para Gertrud, tres para el doctor Rosen, una con sello extranjero, y dos para el señor Templeton, una de ellas también con sello extranjero."
    Don Heniy hizo una pausa y luego extrajo varios documentos del sobre.
    -Tal vez les interese verlos. Me fueron entregados por los interesados o bien recogidos de la papelera. No necesito decirles que fueron examinados por expertos para ver si se encontraban en ellos rastros de tinta invisible, etc., etc. No se ha encontrado nada.
    Todos se acercaron para mirar Las catálogos para la señorita Rosen eran de un jardinero y de un establecimiento de peletería de Londres muy importante. El doctor Rosen recibió una factura de las semillas compradas a un jardinero local para su jardín y otra de una papelería de Londres. La carta dirigida a él decía lo siguiente:
    Mi querido Rosen:
    Acabo de regresar de la finca del señor Helmuth Spath. El otro día vi a Udo Johnson. Había venido para visitar a Ronald Periy, y me dijo que él y Edgar Jackson acaban de llegar de Tsingtau. Con toda Ecuanimidad, no puedo decir que envidie su viaje. Envíame pronto noticias tuyas. Como ya te dije antes: guárdate de cierta persona. Ya sabes a quién me refiero, aunque no estés de acuerdo conmigo. Tuya,
    Georgine
    -El correo del señor Templeton consistía en esta factura que como ustedes ven enviaba su sastre y una carta de un amigo de Alemania -prosiguió don Henry-. Esta última, desgraciadamente, la rompió durante su paseo. Y por último tenemos la carta que recibió Gertrud.
    Querida señora Smvartz:
    Esperamos que pueda usted asistir a la reunión del viernes por la noche. El vicario dice que tiene la esperanza de que vendrá y será usted bienvenida. La receta de tocineta era estupenda y le doy las gracias por ella. Confío en que se encuentre bien de salud y podamos verla el viernes.
    Queda de usted afectísima.
    Emma Greene
    El doctor Lloyd sonrió afablemente, al igual que la señora Bantry.
    -Creo que esta última carta puede eliminarse -dijo el doctor.
    -Yo opino lo mismo -replicó don Henry-, pero tomé la precaución de comprobar que existía esa tal señora Greene y que se celebraba la reunión. Ya saben, nunca está de más ser precavido.
    -Esto es lo que dice siempre nuestra amiga la señorita Marple -comentó el doctor Lloyd sonriendo-. Está usted ensimismada, señorita Marple. ¿En qué piensa?
    La aludida se sobresaltó.
    -¡Qué tonta soy! -exclamó-. Me estaba preguntando por qué en la carta del doctor Rosen la palabra Ecuanimidad estaba escrita con mayúscula.
    La señora Bantry exclamó:
    -Es cierto. ¡Oh!
    -Sí querida -respondió la señorita Marple-. ¡Pensé que usted lo notaría!
    -En esa carta hay un aviso definitivo -dijo el coronel Bantry-. Es lo primero que me llamó la atención. Me fijo más de lo que ustedes creen. Sí, un aviso definitivo... ¿contra quién?
    -Hay algo muy curioso con respecto a esa carta -explicó don Henry-. Según Templeton, el doctor Rosen la abrió durante el desayuno y se la alargó diciendo que no sabía quién podía ser aquel individuo.
    -¡Pero si no era un hombre! -dijo Jane Helier-. ¡Está firmada por una tal «Georgina»!
    -Es difícil decirlo -dijo el doctor Lloyd-. Tal vez el nombre sea Georgey y no Georgina, aunque parezca más bien lo contrario. En todo caso, resulta un tanto chocante, porque esta letra no parece de mujer
    -Eso es igualmente curioso -dijo el coronel Bantry-, que la enseñara fingiendo no saber quién se la escribía. Tal vez pretendía observar la reacción de alguien al verla, pero ¿de quién?, ¿del chico o de ella?
    -¿Tal vez de la cocinera? -insinuó la señora Bantry-. Quizá se encontrase en la habitación sirviendo el desayuno. Pero lo que no comprendo es... es muy curioso que...
    Frunció el entrecejo contemplando la carta. La señorita Marple se acercó a ella y, señalando la hoja de papel con un dedo, cuchichearon entre sí.
    -Pero, ¿por qué rompió la otra carta el secretario? -preguntó Jane Helier de pronto-. Parece... ¡oh! No sé... parece extraño. ¿Por qué había de recibir cartas de Alemania? Aunque, claro, si como usted dice está por encima de toda sospecha...
    -Pero don Henry no ha dicho eso -replicó la señorita Marple a toda prisa, abandonando su conversación con la señora Bantry-. Ha dicho que los sospechosos son cuatro. De modo que incluye a el señor Templeton. ¿Tengo razón, don Henry?
    -Sí, señorita Marple. La amarga experiencia me ha enseñado una cosa: nunca diga que nadie está por encima de toda sospecha. Acabo de darles razones por las cuales tres de estas personas pudieran ser culpables, por improbable que parezca. Entonces no apliqué el mismo procedimiento a Charles Templeton, pero al fin tuve que seguir la regla que acabo de mencionar.
    "Y me vi obligado a reconocer esto: que todo ejército, toda marina y toda policía tienen cierto número de traidores en sus filas, por mucho que se odie admitir la idea. Y por ello examiné el caso contra Charles Templeton sin el menor apasionamiento.
    "Me hice muchas veces la pregunta que la señorita Helier acaba de exponer. ¿Por qué fue el único que no pudo presentar la carta que recibiera con sello alemán? ¿Por qué recibía correspondencia de Alemania?
    "Esta última pregunta era del todo inocente y por lo tanto se la hice a él, siendo su respuesta bastante sencilla. La hermana de su madre estaba casada con un alemán y la carta era de una prima suya alemana. De modo que me enteré de algo que ignoraba hasta entonces, que Charles Templeton tenía parientes alemanes. Y eso lo colocó inmediatamente en la lista de sospechosos. Es uno de mis hombres, un muchacho en el que siempre he confiado, pero para ser justo y ecuánime debo admitir que es el que encabeza la lista.
    "Pero ahí lo tienen: ¡No lo sé! No lo sé y, con toda probabilidad, nunca lo sabré. No se trata sólo de castigar a un asesino, sino de algo que considero cien veces más importante. Se trata, quizá, de la posibilidad de haber arruinado la carrera de un hombre honrado a causa de meras sospechas, sospechas que por otra parte no me atrevo a despreciar."
    La señorita Marple carraspeó y dijo en tono amable:
    -Entonces, don Henry, si no le he entendido mal, ¿de quien sospecha principalmente es del joven Templeton?
    -Sí, en cierto sentido. Y en teoría los cuatro habrían de verse igualmente afectados por esta situación, pero no es ése el caso. Dobbs, por ejemplo, aun cuando yo lo considere sospechoso, eso no altera en modo alguno su vida. En el pueblo nadie recela de que la muerte del doctor Rosen no fuese accidental. Gertrud tal vez se haya visto algo más afectada. La situación puede representar alguna diferencia, por ejemplo, en la actitud de Fraülein Rosen hacia ella, aunque dudo de que eso le afecte excesivamente.
    "En cuanto a Greta Rosen... bueno, aquí llegamos al punto crucial de todo este asunto. Greta es una joven muy hermosa y Charles Templeton un muchacho apuesto, convivieron cinco meses bajo el mismo techo sin otras distracciones exteriores y ocurrió lo inevitable. Se enamoraron el uno del otro, aunque no quieren admitir el hecho con palabras.
    "Y luego ocurrió la catástrofe. Ya habían transcurrido tres meses, y un día o dos después de mi regreso, Greta Rosen vino a verme. Había vendido la casita y regresaba a Alemania, una vez arreglados los asuntos de su tío. Acudió a mí, aunque sabía que me había retirado, porque en realidad deseaba verme por un asunto personal. Tras dar algunos rodeos al fin me abrió su corazón. ¿Cuál era mi opinión? Aquella carta con sello alemán, la que Charles había roto, la había preocupado y seguía preocupándola. ¿Había dicho la verdad? Sin duda debió decirla. Claro que creía su historia, pero... ¡oh!, si pudiera saberlo con absoluta certeza.
    "¿Comprenden? El mismo sentimiento, el deseo de confiar, pero la terrible sospecha persistiendo en el fondo de su mente, a pesar de luchar contra ella. Le hablé con absoluta franqueza, pidiéndole que hiciera lo mismo, y le pregunté si Charles y ella estaban enamorados.
    "-Creo que sí -me contestó-. Oh, sí, eso es. Éramos tan felices. Los días pasaban con tanta alegría.
    "Los dos lo sabíamos, pero no había prisa, teníamos toda la vida por delante. Algún día me diría que me amaba y yo le contestaría que yo también. ¡Ah! ¡Pero puede usted imaginárselo! Ahora todo ha cambiado. Una nube negra se ha interpuesto entre nosotros, nos mostramos retraídos y cuando nos vemos no sabemos qué decirnos. Quizás a él le ocurre lo mismo. Nos decimos interiormente: ¡Si estuviéramos seguros! Por eso, don Henry, le suplico que me diga: «Puede estar segura, quienquiera que matase a su tío no fue Charles Templeton». ¡Dígamelo! ¡Oh, se lo suplico! ¡Se lo suplico, se lo suplico!
    "Y maldita sea -exclamó don Henry, dejando caer su puño con fuerza sobre la mesa-, no pude decírselo. Se fueron separando más y más los dos. Entre ellos se interponía la sospecha como un fantasma que no podían apartar."
    Se reclinó en la butaca con el rostro abatido y grave mientras movía la cabeza con desaliento.
    -Y no hay nada más que hacer, a menos -volvió a enderezarse con una sonrisa burlona- a menos que la señorita Marple pueda ayudarnos. ¿Puede usted, señorita Marple? Tengo el presentimiento de que esa carta está en su línea. La de la reunión benéfica. ¿No le recuerda alguien o algo que le haga ver este asunto muy claro? ¿No puede hacer algo por ayudar a dos jóvenes desesperados que desean ser felices?
    Tras la sonrisa burlona se escondía cierta ansiedad en su pregunta. Había llegado a formarse una gran opinión del poder deductivo de aquella solterona frágil y anticuada, y la miró con cierta esperanza en los ojos.
    La señorita Marple carraspeó y se arregló la manteleta de encaje.
    -Me recuerda un poco a Annie Poultny -admitió-. Claro que la carta está clarísima, para la señora Bantry y para mí. No me refiero a la que habla de la reunión benéfica, sino a la otra. Al haber vivido tanto en Londres y no tener ninguna afición por la jardinería, don Henry, no es de extrañar que no lo haya notado usted.
    -¿Eh? -exclamó don Henry-. ¿Notado qué?
    La señora Bantry alargó la mano y escogió una de las cartas, un catálogo que abrió y leyó pausadamente:
    El señor Helmuth Spath. Lila, una flor maravillosa, su tallo alcanza una altura inusitada. Espléndida para cortar y adornar el jardín. Una novedad de sorprendente belleza.
    Udo Johnson. Amarilla y cálida. De aroma peculiar y agradable.
    Edgar Jackson. Crisantemo de hermosa forma y color rojo ladrillo muy brillante.
    Ronald Perry. Rojo brillante. Sumamente decorativa.
    Tsingtau. Color naranja brillante, flor muy vistosa para jardín y de larga duración una vez cortada.
    Ecuanimidad...
    -Recordarán ustedes que esta palabra aparecía en la carta escrita también en mayúscula.
    Flor de extraordinaria perfección en su forma. Tonos rosa y blanco.
    La señora Bantry, dejando el catálogo, terminó diciendo con una gran excitación:
    -Y ¡Dalias!
    -Las letras iniciales de sus nombres componen la palabra «MUERTE» -explicó la señorita Marple satisfecha.
    -Pero la carta la recibió el propio doctor Rosen -objetó don Henry.
    -Esa fue la maniobra más inteligente -explicó la señorita Marple-. Eso y la amenaza que se encerraba en ella. ¿Qué es lo que haría al recibir una carta de alguien desconocido y llena de nombres extraños para él? Pues, naturalmente, mostrársela a su secretario y pedirle su opinión.
    -Entonces, después de todo...
    -¡Oh, no! -exclamó la señorita Marple-. El secretario, no. Vaya, eso precisamente demuestra que no fue él. De ser así, nunca hubiera permitido que se encontrase la carta e igualmente no se le hubiese ocurrido destruir una carta dirigida a él y con sello alemán. Su inocencia resulta evidente y , si me permito decirlo, deslumbrante..
    -Entonces, ¿quién...?
    -Pues parece casi seguro, todo lo seguro que puede ser algo en este mundo. Había otra persona presente durante el desayuno y pudo... es natural, dadas las circunstancias, alargar la mano y leer la carta. Y así fue. Recuerden que recibió un catálogo de jardinería en el mismo correo...
    -Greta Rosen -dijo don Henry despacio-. Entonces su visita...
    -Los caballeros nunca saben ver a través de estas cosas -replicó la señorita Marple-. Y me temo que muchas veces a las viejas nos ven como a... brujas, porque vemos cosas que a ellos les pasan inadvertidas, pero es así. Una sabe mucho de las de su propio sexo, por desgracia. No me cabe la menor duda de que se alzó una barrera entre ellos. El joven sintió una repentina e inexplicable aversión hacia ella. Sospechaba puramente por instinto y no podía ocultarlo. Y creo que la visita que le hizo la joven a usted fue sólo puro despecho. En realidad se sentía bastante segura, pero antes de marcharse quiso que usted fijara definitivamente sus sospechas en el pobre señor Templeton. Debe usted reconocer que, hasta después de su visita, no le parecieron completamente justificadas sus propias sospechas.
    -Estoy convencido de que no fue nada de lo que ella dijo... -comenzó a decir don Henry.
    -Los caballeros -continuó la señorita Marple con calma- nunca ven estas cosas.
    -Y esa joven... -se detuvo-... ¡comete semejante crimen a sangre fría y queda impune!
    -¡Oh, no, don Henry! -dijo la señorita Marple-. Impune no. Usted y yo no lo creemos. Recuerde lo que dijo no hace mucho rato. No. Greta Rosen no escapará a su castigo. Para empezar, deberá vivir entre gente extraña, chantajistas y terroristas, que no le harán ningún bien y probablemente la arrastrarán a un final miserable. Como usted dice, no vale la pena preocuparse por el culpable, es el inocente quien importa. El señor Templeton, me atrevo a aventurar, se casará con su prima alemana ya que el hecho de que rompiera su carta resulta... bueno, un tanto sospechoso, empleando la palabra en un sentido distinto al que le hemos dado toda la noche. Parece ser que lo hizo como si temiese que Greta la viera y le pidiera que se la dejase leer. Sí, creo que entre ellos debió de haber algo. Y luego está Dobbs, a quien, como usted dice, las sospechas no le afectarán mucho. Probablemente lo único que le interesa son sus desayunos. Y la pobre Gertrud, que me recuerda a Annie Poultny. Pobrecilla Annie Poultny. Cincuenta años sirviendo fielmente a la señorita Lamh y luego sospecharon que había hecho desaparecer su testamento, aunque no pudo probarse. Aquello destrozó el corazón de aquella criatura tan fiel. Y después de su muerte, se encontró en un compartimiento secreto en la caja donde guardaban el té y donde la propia la señorita Lamb lo había guardado para mayor seguridad. Pero era ya demasiado tarde para la pobre Annie.
    "Por eso me preocupa esa pobre mujer alemana. Cuando se es viejo, uno se amarga fácilmente. Lo siento mucho más por ella que por el señor Templeton, que es joven, bien parecido y, según comentaba usted, goza de bastante popularidad entre las damas. ¿Querrá usted escribirle a ella, don Henry, para decirle que su inocencia está fuera de toda duda? Con su señor muerto y el peso de las sospechas... ¡Oh! ¡No quiero ni pensarlo!"
    -Le escribiré, señorita Marple -dijo don Henry mirándola con curiosidad-. ¿Sabe una cosa? Nunca llegaré a comprenderla. Siempre repara usted en algo que no esperaba.
    -Me temo que mi experiencia resulta insignificante -replicó la señorita Marple humildemente-. Apenas si salgo de St. Mary Mead.
    -¡Y no obstante ha resuelto usted lo que podríamos llamar un problema internacional! -dijo don Henry-. Porque lo ha resuelto. De eso estoy completamente convencido.
    La señorita Marple enrojeció y luego, parpadeando, explicó:
    -Creo que fui bien educada para lo que se acostumbraba en mis tiempos. Mi hermana y yo tuvimos una institutriz alemana, una persona muy sentimental. Nos enseñó el lenguaje de las flores, un estudio casi olvidado hoy en día, pero encantador. Un tulipán amarillo, por ejemplo, simboliza el Amor Sin Esperanza, mientras un Aster Chino significa Muero de Celos a Tus pies. Esa carta estaba firmada: Georgine, que me parece recordar significa dalia en alemán y eso lo dejaba todo muy claro. Ojalá pudiera recordar el significado de dalia, pero escapa a mi memoria, que ya no es tan buena como antes.
    -De todas formas no significa MUERTE.
    -No, desde luego. Horrible, ¿no? En este mundo hay cosas muy tristes.
    -Sí -replicó la señora Bantry con un suspiro-. Es una suerte tener flores y amigos.
    -Observen que nos coloca en último lugar -dijo el doctor Lloyd.
    -Un admirador solía enviarme orquídeas rojas cada noche -dijo Jane Helier con aire soñador.
    -«Espero sus favores», eso es lo que significa -dijo la señorita Marple con agudeza.
    Don Henry carraspeó de un modo peculiar y volvió la cabeza.
    La señorita Marpie lanzó una repentina exclamación.
    -Acabo de recordarlo. La dalia significa «Traición y Falsedad».
    -Maravilloso -replicó don Henry-. Absolutamente maravilloso.
    Y suspiró.

    FIN



     
  4. Malee

    Malee MARISA

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    Re: AGATHA CHRISTIE'S CLUB

    Hola a tod@s :beso:

    ¿Como estáis? Recupero el hilo y os traigo una de las pelis basada en el libro de Agatha: Asesinato en la calle Hickory, espero que os guste :razz:



     
  5. Malee

    Malee MARISA

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    Re: AGATHA CHRISTIE'S CLUB

    Otra más de Poirot, La aventura de la tumba egipcia :razz:

     
  6. Re: AGATHA CHRISTIE'S CLUB

    SI NO VEO EL TÍTULO NO ENTRO,MALEE,Y,ME OLVIDÉ DE DECIRTE QUE ME LLEGARON OTROS DOS LIBRS DE AGATHA,LAS SIETE ESFERAS,QUE YA LO TENGO Y OTRO QUE CUENDO VEA COMO SE LLAMA (YA LO LEÍ)TE CUNTO BSS:ENRI
     
  7. Malee

    Malee MARISA

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    Re: AGATHA CHRISTIE'S CLUB

    Hola Enri :beso:

    ¡Buenas noches!

    Que bien, ya tienes dos libros más :eyey:


    Te dejo esta peli de Agatha:


     
  8. Re: AGATHA CHRISTIE'S CLUB

    MARISA:ME LLEGÓ CITA CON LA MUERTE,DE AGATHA.ENTRETENIMIENTO PARA ESTA NOCHECITA,CUANDO LLEGUÉ DE LA PELU ME ESTABA ESPERANDO CON LAS
    PÁGINAS ABIERTAS..BESSENRI
     
  9. la Casta fiore

    la Casta fiore

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    Re: AGATHA CHRISTIE'S CLUB

    Hola ! Acabo de registrarme y debuto con la agradable sorpresa de éste hilo dedicado a A. Chistie !!
    Casualmente hace pocos dias " desempolvé " todos sus libros y los ubiqué bien a mano para ir releyéndolos. Mi favorito : Diez Negritos .