Poemas, cuentos y leyendas

Tema en 'Temas de interés (no de plantas)' comenzado por mai^a, 27/2/08.

  1. clause

    clause Claudia

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    LA GOTA DE AGUA

    Oh gota musical que se separa
    de la inmortalidad y oye mi oído
    caer continuamente en el olvido
    de mi honda penumbra, oh gota clara!

    Una estrofilla de infantil dulzura,
    sólo en la fuente alguna vez oída,
    me ejecuta en el alma la caída
    inmaterial de aquella gota pura.

    De un agua fresca como cisterna,
    mi pozo espiritual colma la gota;
    y sin querer tengo una voz remota
    y a todas horas la mirada tierna.

    Oh gota de agua dulce que te estancas
    en mi profundidad, de cuyo hueco
    interminable sube un eco
    que es como un vuelo de palabras blancas.

    Oh gota musical que me deparas
    el milagro ideal de tu caída,
    cáeme siempre, siempre, que mi vida
    vive en el canto de tus notas claras.
    José Pedroni



     
  2. clause

    clause Claudia

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    NO TIENE IMPORTANCIA

    Esta pena mía
    no tiene importancia.
    Sólo es la tristeza de una melodía,
    y el íntimo ensueño de alguna fragancia.

    -Que todo se muere,
    que la vida es triste,
    que no vendrás nunca, por más que te espere,
    pues ya no me quieres como me quisiste-.

    No tiene importancia…
    Yo soy razonable;
    no puedo pedirte ni amor ni constancia:
    ¡si es mía la culpa de no ser variable!

    ¿Qué valen mis quejas
    si no las escuchas;
    y qué mis caricias, desde que las dejas,
    quizá despreciadas porque fueron muchas?

    ¡Si esta pena mía
    no es más que el ensueño de alguna fragancia,
    no es más que la sombra de una melodía!
    Ya ves que no tiene ninguna importancia…


    Pedro Miguel Obligado



     
  3. clause

    clause Claudia

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    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO
    LA HABITACIÓN DE MORFEO

    Después de la cena, D'Artagnan fue a visitar a Aramis, con el fin de saber lo que sospechaba; pero en vano. Fue franco: pero Aramis, a pesar de los terribles cargos que le suponía, amistosamente, siempre, el mosquetero no cedió un ápice y hasta llegó a decir:

    ––¡Si yo tengo la idea de tocar para nada al hijo de Ana de Austria, al verdadero rey de Francia: si no estoy pronto a besar sus pies; si mañana no es el día más glorioso de mi rey ¡que me parta un rayo!

    D'Artagnan, tranquilo y satisfecho, dejó a Aramis, el cual cerró la puerta de su habitación echó los cerrojos cerró herméticamente las ventanas y llamó:

    ––¡Monseñor! ¡monseñor!

    Felipe abrió una puerta corredera, situada detrás de la cama, y apareció diciendo:

    ––Por lo que se ve, el señor de D'Artagnan es un costal de sospechas.

    ––¡Ah! ¿lo habéis conocido?

    ––Antes que lo hubieseis nombrado.

    ––Es vuestro capitán de mosqueteros.

    ––Me es muy devoto ––replicó Felipe dando mayor fuerza al pronombre personal.

    ––Es fiel como un perro, y algunas veces muerde. Si D'Artagnan no os conoce antes que “el otro” haya desaparecido, contad con él para siempre, porque será señal de que nada habrá visto; y si ve demasiado tarde, como el gascón, nunca en su vida confesará que se haya engañado.

    ––Tal supuse. Y ahora ¿qué hacemos?

    ––Vais a atisbar desde el observatorio cómo se acuesta el rey, digo como os acostáis vos con el ceremonial ordinario.

    ––Muy bien. ¿dónde me pongo?

    ––Sentaos en esa silla de tijera. Voy a hacer correr el suelo para que podáis mirar al través de la abertura, que corresponde a las ventanas falsas abiertas en la cúpula del dormitorio del rey. ¿Qué veis?

    ––Veo al rey ––contestó Felipe estremeciéndose como al aspecto de un enemigo.

    ––¿Qué hace?

    ––Invita a un hombre a que se siente junto a él.

    ––Ya, el señor Fouquet.

    ––No; aguardad...

    ––Recurrid a las notas y a los retratos, monseñor.

    ––El hombre a quien el rey invita a sentarse, es Colbert.

    ––¿Colbert sentarse delante del rey? ––exclamó Aramis.

    ––No puede ser.

    ––Mirad.

    ––Es cierto ––repuso Herblay mirando al través de la abertura del suelo. ––¿Qué vamos a oír y qué va a resultar de esa intimidad?

    ––Indudablemente nada bueno para el señor Fouquet.

    El príncipe no se engañó. Dijimos que Luis XIV mandó llamar a Colbert; éste se presentó entablando conversación íntima con Su Majestad por uno de los más insignes favores que aquél concedía. Verdad es que el rey estaba a solas con su vasallo.

    ––Sentaos ––dijo a Colbert el monarca.

    El intendente, henchido de gozo, tanto más cuanto temía verse despedido, rehusó aquella honra insigne.

    ––¿Acepta? ––preguntó Aramis.

    ––No, se queda en pie.

    ––Escuchemos.

    El futuro rey y el futuro papa escucharon con avidez a aquellos simples mortales a quienes tenían bajo sus plantas y a los cuales pudieran haber reducido a polvo con sólo quererlo.

    ––Hoy me habéis contrariado grandemente, Colbert ––dijo Luis XIV.

    ––Ya lo sabía, Sire ––contestó el intendente.

    ––Me gusta la respuesta. ¿Lo sabíais y lo habéis hecho? Eso prueba un ánimo especial.

    ––Si corría el riesgo de contrariar a Vuestras Majestad, también lo corría de ocultarle su verdadero interés.

    ––¿Por ventura temíais algo contra mí?

    ––Aunque no fuese sino para una indigestión, Sire ––dijo Colbert; ––porque no da un súbdito festines tales a su rey más que para sofocarlo bajo el peso de los manjares suculentos.

    Lanzado que hubo su vulgarísima chanza, el intendente aguardó con faz risueña el efecto de ella.

    Luis XIV, el hombre más vano y delicado de su reino, perdonó aquella nueva tontada a Colbert.

    ––La verdad es ––repuso el monarca, ––que el señor Fouquet me ha dado una cena más que buena. Pero ¿de dónde sacará ese hombre el dinero necesario para subvenir a tan enormes gastos? ¿Lo sabéis vos, Colbert?

    ––Sí, Sire.

    ––Probádmelo.

    ––Fácilmente, hasta lo último.

    ––Ya sé que contáis con exactitud.

    ––Es la cualidad mejor que puede exigirse a un intendente de hacienda.

    ––No todos la poseen.

    ––Gracias, Sire, por un elogio tan lisonjero para mí en vuestra boca.

    ––El señor Fouquet está rico, riquísimo y eso todo el mundo lo sabe.

    ––Vivos y muertos.

    ––¿Qué queréis decir?

    ––Los vivos ven la riqueza del señor Fouquet, y admiran el resultado, y aplauden; pero los muertos, conocen las causas, y acusan.

    ––¿A qué causas debe, pues, el señor Fouquet su fortuna?

    ––Con frecuencia el oficio de intendente favorece al que lo ejerce.

    ––Conozco que tenéis que hablarme más confidencialmente; nadas temáis, estamos solos.

    ––Bajo la égica de mi conciencia y la protección del rey, Sire, nunca temo ––dijo Colbert inclinándose.

    ––¿Conque los muertos hablan?

    ––A veces, Leed, Sire.

    ––¡Ah! ––dijo Aramis al oído del príncipe, que escuchaba sin perder sílaba; ––pues estáis aquí para aprender vuestro oficio de rey, monseñor, escuchad una infamia real. Vais a asistir a una de tantas escenas que Dios, o más bien el diablo, concibe y ejecuta. Escuchad atentamente y os aprovechará.

    El príncipe redobló la atención, y vio como Luis XIV tomaba de las manos de Colbert una carta.

    ––¡Letra del difunto cardenal! ––exclamó el rey.

    ––Feliz memoria la de Vuestra Majestad ––dijo el intendente; ––conocer en seguida qué mano ha escrito un documento, es una aptitud maravillosa para un rey destinado al trabajo.

    Luis XIV leyó una carta de Mazarino, y como el lector ya la conoce desde el rompimiento entre la Chevreuse y Aramis, dejamos de citarla aquí.

    ––No comprendo bien ––dijo el monarca hondamente interesado en aquel asunto.

    ––Vuestra Majestad no tiene todavía la práctica de los empleados de la intendencia.

    ––Veo que se trata de dinero entregado al señor Fouquet.

    ––Trece millones nada menos.

    ––¿Y esos trece millones faltan en el total de las cuentas? Repito que no lo comprendo bien. ¿cómo puede ser que resulte ese déficit?

    ––Yo no digo que pueda o no pueda resultar, lo que digo es que resulta.

    ––¿Y la carta de Mazarino indicas el empleo de aquel dinero y el nombre del depositario?

    ––De ello puede convencerse Vuestra Majestad.

    ––Con efecto, de ella se deduce que el señor Fouquet aun no ha devuelto los trece millones.

    ––Así resulta de las cuentas, Sire.

    ––¿Qué inferís de todo eso?

    ––Que no habiendo el señor Fouquet devuelto los trece millones, se los ha metido en el bolsillo. Ahora bien, con trece millones puede hacerse un gasto cuatro veces mayor del que Vuestra Majestad no pudo hacer en Fontainebleau. donde, si Vuestra Majestad no lo ha olvidado, sólo gastamos tres millones.

    Para un torpe, no dejaba de ser una sagaz perversidad el invocar el recuerdo de la fiesta en la cual el rey, gracias a una insinuación de fouquet, notó por vez primera su inferioridad. Colbert devolvía en Vaux la pelota que en Fontainebleau le lanzara Fouquet, y, como buen hacendista, con todos los intereses. Predispuesto ya de tal suerte el rey, a Colbert le quedaba poco que hacer, y así lo conoció al ver el gesto sombrío de Luis.

    El intendente aguardó a que Su Majestad hablara, con tanta impaciencia como Felipe y Aramis desde lo alto de su observatorio.

    ––¿Sabéis qué resulta de todo eso, señor Colbert? ––preguntó el rey tras un instante de meditación.

    ––No. Sire.

    ––Pues resulta que si quedase comprobadas la apropiación de los trece millones...

    ––Lo está.

    ––Quiero decir si se hiciese pública.

    ––Mañana lo sabría todo el mundo si Vuestra Majestad...

    ––Si no fuese el huésped del señor Fouquet ––repuso con bastante dignidad Luis XIV.

    ––En todas partes el rey está en su casa. Sire, y sobre todo en las casas pagadas con su dinero.

    ––Paréceme ––dijo Felipe en voz baja a Aramis, ––que el arquitecto que construyó esta cúpula, previendo el uso que harían de ella, debía haberla hecho móvil para que uno pudiese desplomarla sobre la cabeza de canallas como Colbert.

    ––Lo mismo estaba yo pensando ––repuso Herblay. ––pero como en este instante Colbert está tan cerca del rey...

    ––Es verdad, esto provocaría una sucesión.

    ––De la que vuestro hermano menor cosecharía todo el fruto, monseñor. Pero lo mejor que podemos hacer es callar y seguir escuchando.

    ––Creo que no escucharemos largo espacio ––dijo el príncipe.

    ––¿Por qué?

    ––Porque yo, de ser rey, no diría una palabra más.

    ––¿Qué haríais?

    ––Esperaría a mañana para reflexionar.

    Luis XIV levantó por fin los ojos, y al ver que el intendente aguardaba, mudó de conversación diciendo:

    ––Señor Colbert, va haciéndose tarde y quiero acostarme.

    ––¡Ah! ––repuso el intendente, ––creí...

    ––Mañana por la mañana resolveré.

    ––Está bien, Sire ––dijo Colbert contrariado, y retirándose a una señal del rey.

    ––¡Mi servidumbre! ––dijo éste.

    Entrado que hubo la servidumbre en el dormitorio de Su Majestad, Aramis dijo con su habitual dulzura:

    ––Cuanto acaba de pasar no es sino un incidente del que mañana ya no nos acordaremos, pero el servicio de noche, la etiqueta con que suele acostarse el rey, es asunto de importancia. Mirad y aprended cómo debéis acostaros, Sire.

    continua

     
  4. Jah

    Jah Hija de Gaïa

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    CUENTOS QUE AYUDAN A CRECER III (Jaques Salomé)


    El cuento del comerciante de trajes
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    En una época muy lejana, en un país cuyo nombre no diré, vivía un comerciante de trajes.

    Su comercio estaba justo al lado de la tienda de otro comerciante que vendía “años” de más o de menos. Pero, es del comerciante de trajes del que os quiero hablar. Este hombre vendía ropa y trajes que correspondían a los sentimientos que cada uno quería tener, a las emociones que se deseaban sentir.

    Usted quería un traje de tristeza, el comerciante os vendía un traje gris o negro a medida, con la intensidad o profundidad de vuestra elección, del dolor o la desesperación, pasando por toda la variedad de penas que se pueden sentir.

    Alguien deseaba un traje de alegría, el sastre le hacia también a medida. Os confeccionaba según el pedido un traje de bien-estar, de júbilo, de risas o simplemente de sonrisas.

    Que se quería un traje de amor, el comerciante proponía ropas de amor ligero, de amor pasajero, de amor apasionado o incluso de amor rabioso. Este hombre poseía el incomparable arte de crear trajes de lo más fieles a las esperanzas mas intimas de cada uno.

    Un día, un hombre entro en su tienda y le pidió al comerciante una entrevista privada:
    -Me haría falta,-comenzó a explicar el hombre cuando se encontró a solas con el vendedor,-un traje que corresponda a un sentimiento muy particular. Es un sentimiento importante para mí: no quiero ser amado.

    El comerciante, sorprendido, pidió algunos días para recapacitar antes de darle una respuesta.
    Un mes más tarde, el comerciante hizo llegar al hombre una invitación para que fuese a descubrir el traje que había concebido para él.

    -Estos ropajes, -comenzó a decir el comerciante, -os van a satisfacer plenamente. En cuanto se le ponga, impedirá a cualquiera que tenga la intención de amarle de que realmente lo haga. Usted vera, a esa persona le costara mucho quererle; hasta puede que desista definitivamente.

    -Pero…..Como se llama este traje?

    -Le he dado el nombre de CELOS.
    No tenga miedo, lo he previsto todo. En cuanto se le ponga, tendrá enseguida ganas de acusar a la otra persona de no quererle lo suficiente; la reprochará el interesarse únicamente por su cuerpo, por su dinero, por cualquier cosa que posea o que no posea.
    Tendrá ganas de agredirla y usted lo hará.
    En cuanto vuestro enamorado o enamorada muestre el más ínfimo interés hacia otra persona; reproches, acusaciones, críticas, en las que las mejores serán las más injustificadas, os vendrán al espíritu espontáneamente.
    Estará sorprendido por su creatividad, por su ingenio para transformar todas las situaciones de posibles encuentros en un infierno……pora usted mismo y para la otra persona.
    Pero cuidado, solo hay una condición para que le venda este traje: es tan eficaz para impedir que cualquier persona le ame que le pido no copiarle bajo ningún pretexto.

    Lo que sigue de esta historia es terriblemente dramático.

    El hombre estaba muy satisfecho con el traje, que en cuanto se le ponía, conseguía deteriorar toda relación amorosa, cualquier tentativa de amor la transformaba en un fracaso……..Estaba tan satisfecho, como os lo cuento, que el hombre hablo alrededor de él y rompió así con aquel acuerdo concluido con el comerciante. Acepto incluso que se copiasen ciertas partes del traje y “el traje celos” empezó a crearse rápidamente en todos los lugares del planeta.

    Este traje vestía entera o parcialmente millones de hombres y mujeres, entre los cuales había quienes adoptaban el conjunto entero con el fin de desarrollar unos celos mórbidos, enfermizos, no solamente para ellos mismos, sino también para los demás.

    Es así como hemos podido leer en algunos periódicos o escuchar en las noticias:
    “Drama por celos…….la quería tanto, que prefirió matarla”, o todavía más:
    “Excedida por sus crisis de celos, le enveneno…..”.
    “Pasaron veinte años de sus vidas reprochándose mutuamente haber sido demasiado amados o mal amados……”.

    Personas que leen u oyen este tipo de información en las noticias piensan que el celoso es el que ama demasiado.

    Los que conocemos los daños que pueden causar este “traje de los celos”, bien sabemos que eso no es nada. El que lleva esta vestimenta tiene mucho miedo de que le amen, y se las arregla, aunque no sea ni consciente, para desanimar, mantener a distancia, para alejar el posible amor de otra persona.

    Un día me sentí muy atraído por el color y la forma de un traje de celos…….El efecto era inmediato, el traje alejaba con una facilidad fatal cualquier persona que pretendiese amarme.
    Abandoné rápidamente este traje tan tentador, pero el mal ya estaba hecho. Nunca más me le volví a poner.



    Si algún día se sienten atraídos por mirar o simplemente probaros un traje de celos, sean infinitamente prudentes al menos que el amor os de tanto miedo y que os sea realmente necesario e indispensable llevar esos ropajes.
    Hoy en día sabemos que un considerable número de “trajes de celos” circulan por el mundo.
    Algunos le llevan temporalmente, otros le lucen constantemente, durante años, ya que ni se desgastan. Otras personas se impregnan de él, el traje se funde en sus pieles y es así como consiguen ahogar poco a poco al que le lleve puesto.
    No le deseo a nadie que algo así de terrible le ocurra…….tan siquiera a mi peor enemigo, aunque nunca haya tenido uno.





    El cuento de la niña a la que dejaron creer que el amor vendría en su encuentro un día
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    Había una vez una niña que, desde hacia mucho, mucho tiempo, llevaba en su corazón el sueño de un gran y bello amor. Soñaba con un niño, años después con un hombre, un desconocido que llegaría y daría su vida por ella, su cuerpo y todo su ser. Los años pasaban pero ese amor no llegaba. Le estuvo buscando por todas partes en vano, le buscaba en cada sonrisa que veía, en cada mirada, en cada encuentro.

    Durante años, estuvo segura de que ese amor vendría hacia ella, la reconocería entre todas las mujeres y la diría:
    -Si!! Eres tú la mujer que busco, he venido por ti, solo por ti….

    La niña ya transformada en mujer, para parecerse a sus amigas y a las otras mujeres, renegó su gran sueño y se fue en los brazos del primero que pasaba por ahí.

    La muchacha aun no sabia que se había traicionado a ella misma, en ese encuentro que tuvo no conoció ni el amor, ni el placer y ni tan siquiera la posibilidad de soñar su vida. Un día esa relación se rompió y la chica huyo para salvar un poco de sus sueños.

    Durante mucho, mucho tiempo, su cuerpo guardo las secuelas de esa relación en un principio banal, después mediocre y finalmente sórdida.
    La chica, desde entonces, se cerró al placer, asustaba por la posibilidad de poder compartir con otra persona.

    Un día, mucho tiempo después descubrió, muy profundamente en su interior, ese amor que tanto había buscado fuera.
    Así fue, la chica encontró ese gran amor en ella misma, como una extraordinaria fuerza que la empujaba hacia un hombre que ni buscaba ni esperaba. El hombre ahí estaba sin que ella lo supiese, estaba ahí, presente en cuerpo y alma.

    Al encontrarse con este hombre, la chica despertó o, más bien, fue el amor que llevaba en ella lo que la hizo despertar.
    Como un manantial, que daba frescura a cada uno de sus gestos, que hacia brillar sus palabras y que hizo germinar esperanzas de amor que tan siquiera conocía.
    Fue como un terremoto interior que sacudió toda su existencia.

    La chica, que había esperado tanto tiempo, esperado un amor único llegado de fuera y dirigido hacia ella, descubrió sorprendida, boquiabierta, que ese gran amor había permanecido en su interior aletargado. Le llevaba escondido en rincones secretos de su ser, inaudito, desde su nacimiento, con una extraordinaria vivacidad y sorprendentemente imprevisible.

    El hombre a quién decidió entregarle este amor inesperado, se sorprendió tanto en un principio, que dudaba de ese sentimiento tan loco, tan repentino, incluso le dio un poco de miedo.

    -No me lo merezco, -pensaba el hombre, -se debe de equivocar y tomarme por otra persona.

    Pero, era bien él la persona que la chica había elegido, únicamente a él.

    Lo que sigue en esta historia, no lo puedo contar, porque hay veces en las que el amor humano es tan grande, tan amplificado por aquellos que lo reciben que pasan a ser leyendas.

    Yo no quiero llevar a nadie detrás de un sueño que no sabría encontrar su sitio en la realidad. Al menos que, si escuchan bien en el interior de si mismos…..



    Un cuento despierta fuerzas insospechadas.
    Une vibraciones que se buscan desde hace mucho tiempo o que se perdieron desde hace todavía más tiempo.
    Todas esas vibraciones enlazadas crean una energía y, a veces, un camino que encontrar más inaccesible.

    :79regalofloressorpr
     
  5. clause

    clause Claudia

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    Preciosos Jah!:razz:
     
  6. mai^a

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    La maestra de mi hermano

    Jueves, 10

    El hijo del carbonero fue alumno de la maestra Delcati,
    que hoy ha venido a casa a visitar a mi hermanito,
    que está malucho, y nos ha hecho reír al decirnos que
    la madre de ese chico hace dos años, le llevó, como
    obsequio, una gran espuerta de carbón, para darle las
    gracias por la medalla que había dado a su hijo; la mujer
    se obstinaba en no quererse llevar el carbón a su casa,
    y casi lloraba cuando tuvo que volverse con el regalo.

    También nos ha dicho que otra pobre mujer le ofreció
    un gran ramo de flores, dentro del cual había un puñadito
    de monedas.

    Nos hemos divertido mucho oyéndola, y, gracias a ella,
    mi hermanito se ha tomado la medicina que en un principio
    no quería ingerir. Cuánta paciencia deben tener con los
    parvulitos, sin dientes en la boca, como los ancianos, que
    no saben pronunciar erre, ni ajo; la clase resulta un guirigay:
    el uno tose, el otro echa sangre por la nariz, hay quien pierde
    los zapatitos debajo del banco, otro chilla porque se ha
    pinchado su manecita de manteca, o por otra cosa cualquiera.

    Apenas pueden estar unos minutos atentos. ¡Qué trabajo más
    pesado tener cincuenta o más criaturas encerradas en un aula,
    que no saben estarse quietos ni hacer nada ellas solas! Hay
    madres que quisieran que a sus hijitos de tres y cuatro años les
    enseñasen a leer y escribir; pero con justa razón no les hacen
    caso las maestras, y les enseñan muchas cosas convenientes
    fuera de eso pero como jugando.

    Los peques llevan en los bolsillitos terrones de azúcar, botones,
    tapones de botella, pedacitos de tejos, toda clase de menudencias
    que la maestra busca y no siempre encuentra porque saben
    esconderlas hasta en los sitios más inverosímiles, incluso en el
    calzado.

    Una maestra de parvulitos debe hacer de mamá con esa gentecilla,
    ayudarles a vestirse, vendarles las heriditas que se producen o que
    se hacen unos a otros en sus frecuentes riñas y peleas, recoger
    las gorritas que tiran, cuidar de que no cambien los abriguitos, pues
    luego todo son rabietas y lloros.

    ¡Pobres maestras! Y aún van las mamás a quejarse. «¿Cómo es,
    señorita, que mi nene ha perdido la carterita?» «¿Por qué no aprende
    casi nada?» «¿Por qué no le da un premio a mi nena, que sabe tanto?»
    «¿Cómo es que no se ha ocupado de quitar del banco el clavo que ha
    roto los pantaloncitos de mi Pedrín?»

    Alguna vez se enfada con los críos la maestra de mi hermanito y,
    cuando no puede aguantar más, se muerde un dedo para no propinar
    ningún cachete ni azotito; pero, cuando pierde la paciencia, se
    arrepiente en seguida y acaricia al nene que ha regañado: a veces se
    ve obligada a despachar de la clase a un pequeñuelo, pero contiene
    su pena y va a desahogarse con los padres, que por castigo dejan sin
    comer a sus niños.

    La maestra Delcati es joven y alta; viste con gusto; es morena y
    vivaracha, y todo lo hace como movida por un resorte; se conmueve
    por cualquier cosa, hablando entonces con gran ternura.

    -¿La quieren todos los niños? -le ha preguntado mi madre.

    -Mucho, sí; pero luego, cuando termina el curso, si te he visto no
    me acuerdo.
    Cuando pasan a otras clases superiores, casi se avergüenzan
    de decir que han sido alumnos míos. Al cabo de dos años que suelo
    tenerlos, me encariño mucho con ellos y me duele que debamos
    separarnos...

    Hay chicos de los que digo: «Este no será como otros, y siempre me
    mostrará su cariño.» Pero pasan las vacaciones, empieza el nuevo curso,
    le veo ir tan tieso a una clase superior, salgo a su encuentro y le digo:
    «Hola, pequeñín...», y él vuelve la cara hacia otra parte.- La maestra,
    emocionada, no puede proseguir.

    -Tú no harás así, ¿verdad monín? -ha dicho por último, al levantarse,
    mirando a mi hermanito con los ojos humedecidos y besándole-.
    Tú no te volverás para otro lado ni considerarás nunca una
    extraña a tu pobre
    amiga. ¿No es cierto?
     
  7. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Precioso, y cargado de una ternura inmensa !:happy:
     
  8. clause

    clause Claudia

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    Alejandro Dumas
    EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO


    COLBERT

    La historia nos dirá, o más bien nos ha dicho las suntuosísimas fiestas que al día siguiente dio a Luis XIV el superintendente. Dos grandes escritores se han comprobado en la reñida competencia entablada entre la “cascada y el surtidor”, de la lucha empeñada entre la “fuente de la Corona y los Animales”, para saber cuál se llevaba la gloria. Así pues, el día siguiente fue de diversiones y de alegría: hubo paseo, banquete y comedia, comedia en la cual, y con asombro, conoció Porthos a Moliére que desempeñaba uno de los papeles de la “farsa” los "Importunos”.

    Luis XIV, preocupado en la escena de la víspera y dirigiendo el veneno vertido por Colbert, durante todo aquel día se mostró frío, reservado y taciturno, sin embargo de reproducirse a cada paso en aquella encantada mansión todas las maravillas de las “Mil y una noches”.

    Hasta mediodía no empezó el rey a recobrar un poco la serenidad, sin duda porque acababa de tomar una resolución definitiva.

    Aramis, que seguí paso al paso al monarca así en su pensamiento como en su marcha, dedujo que no se haría esperar el acontecimiento que él esperaba.

    Ahora Colbert parecía andar de concierto con el obispo de Vannes, tanto, que ni por consejo de éste habría punzado más hondamente el corazón del soberano.

    Éste, teniendo necesidad de apartar de sí un pensamiento sombrío, buscó durante todo aquel día la compañía de La VaIiére con tanta solicitud como huía de la de Colbert o la de Fouquet.

    Llegada la noche, el rey manifestó el deseo de no pasearse hasta después del juego: así pues, se jugó entre la cena y el paseo.

    ––Vaya, señores, al parque ––dijo Luis XIV después que hubo ganado mil doblones.

    En el parque estaban ya las damas.

    Hemos dicho que el rey había ganado y embolsado mil doblones; pero Fouquet supo perder diez mil: de manera que se repartieron noventa mil libras entre los cortesanos, que estaban alegres como unas pascuas.

    Colbert, indudablemente obedeciendo a una cita, aguardaba a Luis XIV en uno de los recodos de una alameda; y decimos indudablemente, porque el rey, que durante todo el día evitara encontrarse con él, al verle le hizo una seña y se internó con él en el parque.

    La Valiére también había notado la sombría frente y la mirada encendida del soberano; y como a su amor nada de cuanto germinaba en el alma de su amante era impenetrable, comprendió que aquella refrenada cólera amagaba a alguno. Así pues, se situó en el camino de la venganza como un ángel de la misericordia.

    Triste, confusa, dolorida por haber tenido que pasar tanto tiempo lejos de su real amante, se presentó al rey con ademán cortado, ademán que aquél, en la mala disposición de ánimo, en que se encontraba, interpretó desfavorablemente.

    Estando ambos solos o casi solos, pues Colbert, al ver a Luisa, se detuvo respetuosamente a diez pasos de distancia, el rey se acercó al ella, y asiéndole la mano, la dijo:

    ––¿Puedo sin indiscreción, preguntaros qué os pasa? Parece que tenéis el pecho oprimido, y cualquiera diría que habéis llorado. ––Si mi pecho está opreso, Sire, si tengo los ojos humedecidos, en una palabra, si estoy triste, es porque Vuestra Majestad lo está.

    ––¿Triste yo? Os engañan vuestros ojos. No estoy triste, señorita.

    ––¿Pues qué?

    ––¡Humillado!

    ––¡Humillado! ¿qué decís?

    ––Digo que allí donde yo estoy, debería haber más amo que yo; y, sin embargo, mirad y ved si yo, rey de Francia, no me obscurezco ante el rey de este feudo. ––Y apretando los dientes y crispando las manos, añadió: ––¡Ah! a ese procaz ministro voy a cambiarle su fiesta en un duelo del que la ninfa de Vaux, que dicen los poetas, va a conservar largo tiempo el recuerdo.

    ––¡Oh! Sire...

    ––¡Qué! ¿Vais a poneros del lado del señor Fouquet, señorita? ––exclamó Luis XIV con impaciencia.

    ––No, Sire; pero sí os pregunto si estáis bien informado. Mas de una vez ha tenido Vuestra Majestad ocasión de conocer lo que valen las acusaciones de la corte.

    Luis hizo seña a Colbert de que se acercara, y le dijo:

    ––Explicaos, señor Colbert, pues creo que la señorita de La Valiére necesita escucharos para dar crédito a la palabra de un rey. Decid a la señorita qué ha hecho el señor Fouquet. Y vos, señorita, hacedme la merced de prestar atención por espacio de un minuto.

    ¿Por qué insistía con tanta obstinación Luis XIV? Porque no estaba tranquilo ni convencido, porque bajo la historia de los trece millones vislumbraba algún amaño sombrío, desleal, y tenía empeño en que La Valiére, sublevada a la idea de un robo, aprobase con una sola palabra la resolución que él tomara, y que, sin embargo, no se atrevía a poner en ejecución.

    ––Ya que el rey quiere que os escuche, explicaos ––dijo Luisa a Colbert. ––¿Qué crimen ha cometido el señor Fouquet?

    ––No es muy grave ––respondió el sombrío personaje: ––un sencillo abuso de confianza...

    ––Decid lo que hay, Colbert ––repuso el rey, ––y luego dejadnos y avisad al señor de D'Artagnan que tengo que comunicarle órdenes.

    ––¡El señor de D'Artagnan! ––exclamó La Valiére; ¿por qué mandáis que avisen al señor de D'Artagnan, Sire? Decídmelo por favor.

    ––¿Por qué sino para que arreste a ese titán orgulloso que, fiel a su divisa, amenaza escalar mi cielo?

    ––¿Arrestar al señor Fouquet, decís?

    ––¡Qué! ¿os pasma?

    ––¿En su casa?

    ––¿Por qué no? Si es culpable, tanto lo es en su casa como en cualquiera otra parte.

    ––¿Culpable el señor Fouquet, que en este momento se está arruinando para honrar a su rey?

    ––En verdad, tengo para mí que le defendéis.

    Colbert se echó a reír “soto voce”, pero no tanto que el rey no oyera el silbido de su risa.

    ––Sire ––replicó La Valiére, ––no defiendo al señor Fouquet, sino a vos.

    ––¡A mí!

    ––Sire, no os deshonréis dando una orden semejante.

    ––¡Deshonrarme! ––murmuró el rey palideciendo de cólera. –– En verdad, os interesáis de manera singular en este asunto.

    ––Lo que a mí me interesa ––repuso con nobleza La Valiére, –– es el buen nombre de Vuestra Majestad: y con igual interés expondría mi vida, si fuere menester.

    Colbert refunfuñó algunas palabras; pero Luisa le dirigió una mirada que le impuso el silencio, y al mismo tiempo le dijo:

    ––Caballero, cuando el rey procede con rectitud, aunque sea en mi perjuicio o en el de los míos, me callo; pero cuando lo contrario me aproveche a mí o a quienes amo, se lo digo.

    ––Señorita, paréceme que también yo amo al rey ––dijo Colbert.

    ––Los dos le amamos, pero cada cual a su manera ––replicó Luisa con tal acento, que el monarca se sintió conmovido. ––Lo que hay, es que yo le amo de tal suerte, que todo el mundo lo sabe, con tanta pureza, que él mismo no duda de mi amor. El rey es mi rey y señor, y yo soy su humilde esclava; pero quien vulnera su honra, vulnera la mía, y repito que le deshonran aquellos que le aconsejan que mande arrestar al señor Fouquet en su casa.

    Colbert, al verse abandonado por el rey, bajó la cabeza, pero no sin decir:

    ––Me bastaría proferir una palabra.

    ––No la profiráis, porque no la escucharía ––exclamó Luisa. –– Por otra parte, ¿qué me diríais? ¿Qué el señor Fouquet ha cometido crímenes? Lo sé, porque el rey me lo ha dicho, y cuando el rey dice: “Creo”, no necesito que otros labios digan: “Afirmo”. Pero aunque el señor Fouquet fuese el más infame de los hombres, lo digo en voz muy alta, es sagrado para el rey, porque el rey es su huésped. Aun cuando Vaux fuese una madriguera, una caverna de monederos falsos o de bandidos, es una mansión santa, una morada inviolable, pues en ella vive su esposa, y es un asilo que ni los verdugos violarían.

    Luisa se calló, dejando al rey admirado y vencido por el calor de su acento y por la nobleza de aquella causa. Colbert, anonadado por la desigualdad de aquella lucha, iba perdiendo terreno.

    ––Señorita ––dijo el rey con voz suave y con el pecho dilatado, tendiendo la mano al La Valiére, ––¿por qué habláis contra mí? ¿Sabéis qué hará ese miserable si le dejo respirar?

    ––Por ventura no podéis echarle la mano siempre que os plazca, Sire?

    ––¿Y si escapa, si se fuga? ––exclamó el intendente.

    ––Será para el rey un timbre de imperecedera fama el haber dejado huir al señor Fouquet ––repuso La Valiére; ––y cuanto más culpable haya sido aquél, tanto mayor será la gloria de Su Majestad comparada con tanta miseria y tanto oprobio.

    El rey hincó una rodilla ante su manceba y le besó la mano.

    ––Estoy perdido ––dijo entre sí el intendente. Pero serenándose de pronto, añadió: ––Mas no, todavía no.

    Y mientras el soberano, protegido por el enorme tronco de un tilo gigantesco, estrechaba contra su corazón y con todo el fuego de un amor inefable a Luisa, Colbert registró su cartera, sacó de ella un papel doblado en forma de carta ––papel un tanto amarillento quizá, ––y dirigió una mirada de rencor al hechicero grupo que formaban el rey y su manceba, grupo al que acababa de iluminar la luz de algunas antorchas que se acercaban.

    ––Vete, Luisa ––dijo el aturdido rey al notar los reflejos de las hachas en el blanco vestido de La Valiére.

    ––Vienen, señorita, vienen ––exclamó Colbert para apresurar la partida de la joven.

    Luisa desapareció con rapidez ente los árboles.

    ––¡Ah! ––exclamó el intendente al levantarse el rey: ––a la señorita de La Valiére se le ha caído algo.

    ––¿Qué? ––preguntó Luis XIV.

    ––Un papel, una carta, un objeto blanco; helo ahí.

    El monarca se agachó con la vivacidad del rayo y tomó la carta, estrujándola.

    En aquel instante llegaron las antorchas inundando de vivísima luz aquella obscura escena.

     
  9. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Es un cuento para reflexionar realmente, jah!
    Gracias por traerlo! :razz:
     
  10. mai^a

    mai^a My Garden

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    ... y ahora me atrasé nuevamente con la máscara de hierro !:11risotada:
     
  11. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    :11risotada: :11risotada: :11risotada:
     
  12. mai^a

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    Mi madre

    Jueves, 10



    En presencia de la maestra de tu hermanito faltaste al respeto a tu madre.
    Procura que esto no vuelva a repetirse, Enrique. Tu irreverente palabra ha
    penetrado en mi corazón como punta de acerado cuchillo. Yo pensaba en
    tu madre cuando hace unos años, estando tú enfermo, pasó toda la noche
    inclinada sobre tu cama observando tu respiración, vertiendo lágrimas de
    angustia y temblando de miedo por creer que iba a perderte; yo temía que
    llegase a enloquecer de pena, y ante tal posibilidad experimenté cierta
    ojeriza hacia ti. ¡No ofendas nunca en lo más mínimo, ni siquiera con el
    pensamiento, a tu madre, que gustosamente daría un año de felicidad por
    evitarte una hora de dolor, que sería capaz de mendigar por ti y se dejaría
    matar por salvarte la vida!

    Mira, Enrique, graba bien en tu mente este pensamiento. Considera también
    que te aguardan en la vida muchos días amargos, y el más triste de todos
    será aquél en que pierdas a tu madre.

    Cuando ya seas un hombre hecho y derecho y estés probado en toda clase
    de contrariedades, la invocarás mil veces, oprimido por el inmenso deseo de
    volver a oír su voz por un momento y verle abrir de nuevo sus brazos para
    arrojarte en ellos sollozando, como tierno niño carente de protección y de
    consuelo.

    ¡Cómo te acordarás entonces de todos los sinsabores que le hubieras
    ocasionado, y con qué remordimientos los irás expiando todos!

    No esperes tranquilidad en tu vida si hubieres entristecido a tu madre. Te
    arrepentirás, le pedirás perdón, venerarás su memoria, pero todo será inútil,
    pues la conciencia no te dejará vivir en paz; su bondadosa y dulce imagen
    tendrá siempre para ti una expresión de tristeza y de reconvención que
    torturará tu alma. ¡Mucho cuidado, Enrique! Se trata del más sagrado de
    los afectos humanos. ¡Desgraciado del que lo pisotea!

    El asesino que respeta a su madre aun tiene algo de honrado y de noble en
    su corazón; el hombre más ilustre qué la haga sufrir y la ofenda no será más
    que una vil criatura. Que no salga de tu boca jamás una palabra dura para
    la que te ha dado el ser. Y si alguna se te escapa, no sea el temor a tu padre,
    sino un impulso del alma lo que te haga arrojarte a sus pies,
    suplicándole que con el beso del perdón borre de tu frente la mancha de la
    ingratitud.

    Yo te quiero, hijo mío, eres la mayor ilusión de mi vida; pero preferiría verte
    muerto antes que un ingrato con tu madre. Por algún tiempo abstente de
    mostrarme tu afecto, pues no podría corresponderte con cariño.
     
  13. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas

    Maia!:happy: :beso:
     
  14. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    AJEDREZ

    I

    En su grave rincón, los jugadores
    rigen las lentas piezas. El tablero
    los demora hasta el alba en su severo
    ámbito en que se odian dos colores.

    Adentro irradian mágicos rigores
    las formas: torre homérica, ligero
    caballo, armada reina, rey postrero,
    oblicuo alfil y peones agresores.

    Cuando los jugadores se hayan ido,
    cuando el tiempo los haya consumido,
    ciertamente no habrá cesado el rito.

    En el Oriente se encendió esta guerra
    cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra.
    Como el otro, este juego es infinito.

    II

    Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
    reina, torre directa y peón ladino
    sobre lo negro y blanco del camino
    buscan y libran su batalla armada.

    No saben que la mano señalada
    del jugador gobierna su destino,
    no saben que un rigor adamantino
    sujeta su albedrío y su jornada.

    También el jugador es prisionero
    (la sentencia es de Omar) de otro tablero
    de negras noches y de blancos días.

    Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
    ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
    de polvo y tiempo y sueño y agonías?

    Jorge Luis Borges

     
  15. clause

    clause Claudia

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    Re: ... de poetas, cuentos y leyendas


    EL AMENAZADO

    Es el amor. Tendré que ocultarme o huir.
    Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa
    máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué
    me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga
    erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para
    cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la
    Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi
    madre, la sombra militar de los muertos, la noche intemporal,
    el sabor del sueño?

    Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
    Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la
    voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas,
    pero la sombra no ha traído la paz.
    Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la
    memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
    Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
    Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
    Ya los ejércitos me cercan las hordas.
    (Esta habitación es irreal, ella no la ha visto).
    El nombre de una mujer me delata.
    Me duele una mujer en todo el cuerpo.


    Jorge Luis Borges